La prensa basura y las redes sociales describen con toda clase de detalles la muerte violenta de un joven en Donostia a manos de un grupo de jóvenes a la puerta de una discoteca. Lo componían varios rumanos, magrebíes y españoles. Desgraciadamente, es un hecho que se repite y que provoca morbo. Pero hay una circunstancia que aporta algo especial, pues la madre del joven víctima reclama que no se culpabilice exclusivamente a los emigrantes y lanza un profundo y sentido mensaje contra el odio. Es una señora cuyo padre es argelino y su ama vasca. Merece reiterarse que es la madre, a la que acaban de comunicarle la muerte de su hijo víctima de la violencia de unos jóvenes, y que sea capaz de expresar públicamente y con tanta serenidad un mensaje de paz y fraternidad en defensa de quienes de inmediato son ya condenados por prejuicios como emigrantes o marginados, cuando aún se desconocían todas las circunstancias que han concurrido en este doloroso episodio. En sus serenas y llenas de sentido común y conciliadores declaraciones, la madre envía un mensaje de deseos de perdón y paz entre emigrantes y vascos que debería haberse difundido con profusión porque contribuiría a derribar barreras artificiales que grupos xenófobos crean por motivos de raza, religión o sexo, y que son el caldo de cultivo para enfrentamientos intencionados que son los que alimentan el auge de partidos racistas que cautivan a grupos de jóvenes con ideologías supremacistas de unas razas o naciones sobre otras, sin ningún fundamento lógico, pero que estimula la existencia de barreras entre seres humanos que se fundan en el odio. Es un problema que concierne especialmente a los poderes públicos en materia de educación, pues ese odio es producto de la incultura y de la que también brota el machismo entre la juventud sin ideales que son el caldo de cultivo para la difusión de la ideología de la extrema derecha.