Todos los años me gusta ir con mi hijo e hija a la plaza de toros a ver la llegada del encierro y la posterior suelta de vaquillas.
Elegí el día 8, y una vez más tuvimos que sufrir a uno de esos tipos repelentes que año a año me encuentro entre los corredores y que paso a describir. En este caso, camiseta verde llamativa y aires de gallico de corral (probablemente recortador, pastor o algo así por como saludaba efusivamente al personal de la plaza). Su porte y manera de estar en la plaza eran todo menos discretas, pero hasta aquí nada que objetar ya que cada uno lleva su nivel de patetismo hasta donde le place.
El problema vino cuando a un pobre ingenuo, de entre los cientos de personas que se amontonan entre las vaquillas, se le ocurrió saltarse una de esas difusas normas, nunca lo suficientemente bien explicadas, de lo que se puede o no hacer en la plaza. En concreto el incauto osó coger del rabo a la vaquilla y aquí se despertó el espíritu justiciero-macarrónico del gallico en cuestión que se lió a bofetadas y empujones con el incauto hasta sacarlo del ruedo ante la pasiva mirada de policías y personal de la plaza y el aplauso de algunos de los presentes. Esta imagen se repite todos los años y es desagradable, violenta, poco edificante y nada educativa para los cientos de pequeños y mayores que observamos el espectáculo.
Desde estas líneas propongo que se expliquen mejor cuáles son las normas de comportamiento que se espera de las personas que corren las vaquillas, ya que siempre hay gente nueva que no tiene por qué conocerlas. A su vez, en el caso de que alguien no las cumpliese, que exista una autoridad que expulse al infractor de manera civilizada y sobre todo que no se permita que la plaza se convierta en un espacio en el que personajes como el descrito anteriormente encuentren terreno abonado para ejercer su bravuconería.