El esperpento se instaló en el hemiciclo en el momento de jurar o prometer políticamente sus cargos los diputados. Hubo de todo: por la república, por Dios, por España (una obviedad), como preso político, en lenguas cooficiales, con camisetas de colectivos...

Todo muy variopinto, dando prueba de la enorme imaginación cuando nos dan un minuto de gloria y una cámara. Para que reine la normalidad bastaría un documento escrito para recoger el acta de diputado a falta del titular, con un texto legal único aprobado previamente y que sin rúbrica del electo éste no pudiera tomar posesión del cargo. Al quedar todo esto en un acto privado y al no haber televisión grabando, no habría más anuncios publicitarios ni en las palabras ni en la vestimenta.

Es que son como niños... o peores.