Cuando tardas en volver un año o más a un lugar, ves cómo pasa el tiempo de una manera nítida y sutil, diáfana. Los niños son más guapos, los árboles crecen, los drogadictos de todas las clases andan al garete con el aliento petrificado, pastoreando su soledad. La memoria del corazón se pone en marcha y te pasa imágenes anteriores frescas, como en un museo del amor. Ves a gente que se olvida sin dolor, gestos sin alma; escuchas el rumor invisible del agua continua y las sílabas del agua en la piedra. Y sientes cómo lloran los árboles a sus muertos. Todo es bello si lo miras sin dolor, con amor a la vida. La cúspide del gozo llega con la noche, con el firmamento; que se puede convertir en abismo del desencanto cuando se te acerca alguien a pedir una moneda porque tiene hambre. También el tiempo puede ser tan cruel como la belleza y el amor.