Hijo del Zatoya y del Anduña, de alma anciana, mis aguas fueron salvajes al discurrir por los valles, alimentando a mi paso campos y huertas. Fui antiguo hogar de truchas, barbos y cangrejos, abastecí a los antepasados de aquellos que me envenenaron, perdiendo en el curso del tiempo ranas, tortugas y nutrias. Hoy, que mis aguas ya no son tan libres, ni tan salvajes, discurren con suavidad por el valle del Salazar, el Almiradío y el Romanzado llegando hasta la Foz de Arbayún, donde he construido a lo largo de los siglos, con cariño y gran esfuerzo, una perfecta morada para buitres, alimoches y milanos. En Lumbier fui el motor de sus habitantes, hasta que, a día de hoy, se me ha juzgado y condenado sin cometer delito alguno. Me han sentenciado con el más cruel de los castigos, a morir lentamente encarcelado, privándome de la libertad de trascurrir por mi camino. No son pocos los que luchan defendiendo mi inocencia, ellos son lo suficientemente sabios para comprender que mi muerte será la suya.