cuando era niño escuchaba decir a mi madre que nunca la humanidad conocerá mayor avance que tener agua corriente en casa. Era a medidados del siglo XX y yo alucinaba con la magia del “manantial” en la pared de la cocina.

Perdida la magia de aquella etapa de mi vida, hoy sigo admirando otro invento que desde que lo vi manejar a mi madre, nadie lo ha mejorado hasta hoy: el pasapuré, para la primera “digestión” de peques y ancianos.

En el polo opuesto, otros dos inventos del pasado siglo que vienen arruinando la economía circular del planeta y la biosfera: el motor de explosión, y del plástico. Particularmente las bolsas y envases innecesarios de un solo uso.

Si desde su creación ambos ya contaban con alternativas más amables con el planeta, ¿por qué todos los inventores de combustibles derivados del agua han desaparecido de escena de manera sospechosa? Y en contradicción, ¿por qué esa lenta agonía para la bolsa de plástico y carburantes de origen fósil?

Como bien dice Alberto Vázquez-Figueroa: “Cuando tengas un invento revolucionario, antes de mirar a quién beneficia, permanece atento al poder que tiene aquel a quien perjudica”. Sirve para entonces, sirve para hoy.

¿A qué interés obedece producir tanto plástico para envasar agua, cuando sin necesidad de tecnología sofisticada de filtrado y/o tratamiento y a menor coste que el sistema de hoy, además de potable se puede convertir en saludable?

Si la salud de las personas la situasen por encima de los mil millones de euros que facturan al año las empresas envasadoras de agua en España, esa ecuación existencial sin incógnitas y que les “justifica” salvar la bolsa de unos pocos poniendo en juego la vida de la mayoría... estaría bien resuelta.