comenzaba el curso ya a principios de septiembre, todavía abrasados por un verano que desde mayo se extendía con mayor virulencia cada año, aunque el aprendizaje no es simple asunto de horas, sino de emplearlas intensamente. Venía a clase con gran interés el muchacho, ayudado, debido a sus problemas de movilidad, por unos compañeros, y preguntaba a menudo, demostrando que apenas se había enterado de los contenidos impartidos. Acudía una y otra vez a las tutorías y el bondadoso profesor, intentando ayudar a quien más lo necesitaba, descubría que no tenía la capacidad necesaria para cursar su asignatura de Filosofía pues, como el mismo alumno confesaba, no sabía razonar; se aprendía los temas de memoria. Decía de sí mismo el docente: “No todos saben hacerlo todo, yo soy torpe en el fútbol y en el baile, otros lo son con las matemáticas o las lenguas?”. El muchacho ponía gran empeño y su mayor ilusión era hacerse con un título universitario, apoyado (“presionado”) por sus padres: es hermoso superarse y ayudar a quien superarse quiere. Había entrado con la cuota de integración para personas con “discapacidades”, según ahora se dice. No pudo aprobar aunque una y otra vez lo intentó. Solo al final, presionado por el Vicerrectorado, que había iniciado un programa para estos casos, con procesos “privilegiados”, dadas sus condiciones, pudo hacerse un apaño y pasar adelante. ¿No era mejor que hiciera labores acordes con sus capacidades? ¿No podría ser lo contrario de lo que se buscaba si no se hacía de modo adecuado? Descubrió el profesor que en Ingeniería uno requirió un examen de nueve horas, debido a sus problemas fisiológicos. Más tarde fue preguntando a los compañeros y descubrió que casi todos iban aprobando a ciertos estudiantes, no porque lograran saber lo requerido, sino para quitarse de encima un problema ante las académicas autoridades. Mientras, luchando con desajustes mentales o físicos, con diversidad de “peculiaridades”, iban sorteando como podían las asignaturas. Incluso en los estudios de Periodismo se dio el caso de uno que siendo ciego quiso aprobar y logró su título con un examen visual sobre imágenes. Lo que entre niños puede a veces ser adecuado -si hay medios apropiados entre el profesorado- para quienes son ayudados y para quienes ayudan y comprenden así a los desfavorecidos, en la universidad podría ser más delicado. Pensemos en quien no tenga capacidad para ciertas asignaturas fundamentales en Medicina y que acabe operando en un quirófano al que hizo esas leyes, o a sus hijos, sin pensar en los resultados, matándolo, o en quien no sabía razonar logrando un puesto directivo en una institución debido a las diversas cuotas, gobernándonos luego. Lo mismo para quien aprobando Ingeniería pero sin saber lo necesario acabará construyendo puentes que luego pudieran derrumbarse a nuestro paso. ¿Hay adelantos que pueden retrasarnos?