Algunos manuales de Historia nos cuentan que uno de los debates más animados durante la celebración de las Cortes de Cádiz fue sobre la reorganización territorial de España. Eran otras circunstancias y otros tiempos, pero la Historia siempre es una lección, un libro abierto del que podemos aprender. Un diputado catalán aportó en su intervención un contenido regionalista, completamente disconforme con el proyecto territorial propuesto que se basaba en el modelo departamental francés. Agustín de Argüelles, jefe de los liberales, le replicó: “Formamos una sola nación y no un agregado de naciones”.

Han transcurrido algo más de dos siglos de aquellas sesiones en la capital gaditana, y aunque han ocurrido muchas cosas desde entonces, produce la impresión de que volvemos al mismo lugar. Puede que los tiempos cambien y las sensaciones o los sentimientos también. Pero lo que no debe cambiar es la explicación de la realidad de los hechos. Y, hoy por hoy, pretender que convivan varias naciones dentro de una [España] es una quimera absoluta. Habría que reformar la Constitución de 1978 en esta materia, lo cual requiere una mayoría de 3/5 para sacarlo adelante. Algo imposible. Ni se puede ni se debe jugar con los sentimientos de la ciudadanía, máxime cuando ésta, el pueblo español en su conjunto, tendrá que dictaminar, llegado el caso, la resolución de la tan cacareada reforma constitucional. A los dirigentes políticos se les debe exigir sinceridad y realismo por encima de todo a la hora de exponer sus aspiraciones o sus demandas.