el 4 de enero de 1920 murió en Madrid don Benito Pérez Galdós, pobre y, lo que es peor, incomprendido, mejor dicho, rechazado por las élites que -sí le habían comprendido-: defendía el verdadero socialismo de la solidaridad con los desfavorecidos y por eso los mandamases lo anatemizaron. Precisamente los menesterosos son muchos de sus personajes, por eso, el pueblo de la capital y de toda España, al conocer su deceso, se volcó en su despedida. Las altas intrigas le hicieron perder el Nobel de 1912, pero no por ello perdió su puesto en la gloria.

Galdós es el Víctor Hugo de la literatura española, su visión escrutadora de la realidad y su enciclopédico saber, unidos a su maestría de cuentacuentos hacen que la lectura de sus novelas, su teatro o la historia novelada de sus Episodios nacionales sea un continuo y delicioso placer. En ellos vuelca su ternura, su generosidad y sus raudales de imaginación. Leyéndole se aprende, sin darse apenas cuenta: historia, arte, gramática, medicina, industria..., todo, absolutamente todo está en sus libros.

Él sabía que había nacido antes de su tiempo y como gran optimista que era, esperaba que, en un futuro, el mundo hubiera cambiado y pudiera comprenderle. Así lo explica en una de sus novelas autorretrato, El Doctor Centeno, cuando a uno de sus personajes, que defiende para la posteridad la implantación de la Educación completa, la que explique sin inútiles memorietas esas cosas naturales que a todo entendimiento preocupan: “por qué las cosas cuando se sueltan al aire caen al suelo; por qué el agua corre y no se está quieta; qué es llover; qué es arder una cosa; qué virtud tiene una pajita para dejarse quemar, y por qué no la tiene un clavo; por qué se quita el frío cuando uno se abriga, y por qué el aceite nada sobre el agua; qué parentesco tiene el cristal con el hielo, que el uno se hace agua y el otro no...”, le dicen: “Vino usted al mundo ¡oh! antes de tiempo, amigo mío. Lo mejor que puede hacer ahora para no aburrirse aquí con tan larga espera es darse una vuelta por la eternidad y volver dentro de siglo y medio, año menos, año más”.

Ya ha pasado un siglo desde que se fue, sus escritos siguen aquí y es de aplaudir la iniciativa canaria de divulgarlos en las redes gratuitamente, pero... ¡ah qué pena! es solo una mota de polvo en un muladar. Haría falta que una ingente cantidad de materia gris se incrustase en la sesera de nuestros dirigentes para que, tras percatarse de su mensaje, defendieran lo plasmado por don Benito durante sus 50 años de escritor.

En su homenaje e imitación solo me queda decir: “Prometo creer en Dios / cuando a los Galdós / nos los mande a La Tierra de dos en dos”.