Familias con niños y bebés malviven recluidas y apretujadas en medio de aguas fecales, basura, comida aborrecible, inseguridad y violencia. Subsisten en un lodazal, con frío y alta humedad, sin luz ni agua caliente. Tienen por casa el cielo raso o una chabola con goteras o, en el mejor de los casos, una tienda de campaña; una lona que los separa del frío. Sobreviven, olvidados por todos, en campos de confinamiento con el silencio cómplice de Europa. Algunos no lo soportan y hallan en el suicidio su vía de escape. Esta quimera se ha cobrado un número insoportable de vidas, más de las que conocemos porque mueren ignorados.

Para ser tratados así, ¿qué crimen cometieron? Ninguno. Huyen del hambre, la guerra y la persecución. Buscan un futuro mejor para sus familias, como haríamos usted y yo.

En 1980, para edificar esperanzas, los 22 países más ricos se comprometieron a donar el 0,7% del PIB como ayuda al desarrollo. Hipocresía barata. Solo 6 lo hacen.

Acabemos con esta calamidad: ¡0,7% ya!