Acabo de leer en el periódico que los georgianos del Caúcaso, no de Estados Unidos, están a la greña por una película sobre dos bailarines homosexuales. Los ultras y los curas ortodoxos se han manifestado a lo bestia, como si el país y la calle y las almas fueran de su propiedad, como suele hacer este tipo de gente en todas las partes del mundo. Georgia es un país precioso, pero tienen un problema serio, como decía un gran georgiano, muy amigo de quien suscribe: “Georgia es como Suiza. La diferencia está en que en Suiza hay mucho suizo y en Georgia mucho georgiano”. Georgia perteneció a la Unión Soviética y hubo un tiempo en que el gran Archimandrita laico de la URRS fue un exseminarista georgiano: Josef Stalin. En la URSS no existían los homoxesuales. A la muerte de la Unión Soviética han vuelto a resucitar los ultras y la religión, inundado y confundido todo de nuevo. Siguen confundiendo el culo con las témporas. El amor no tiene sexo, es un concepto y un sentimiento universal, que allana la relación bella y luminosa entre las personas, animales y cosas, incluidas entre las que quieren matarla a palos. Hay quienes amamos Georgia, a pesar de todo.