El pitido constante que reproducía aquel monitor le impedía dormir. Sabía que aquella enfermera había vuelto para comprobar sus constantes vitales. No era necesario que le comunicara el parte médico, sabía perfectamente cuál era su estado. A cada minuto que pasaba, su respiración se tornaba más pesada, ya no soportaba aquella opresión en sus pulmones. Dejó de luchar cuando notó en su rostro la mano de aquella joven, se rindió ante aquel enemigo invisible que había invadido su cuerpo. Su último esfuerzo lo empleó para apartar de sus fosas nasales aquel olor tan peculiar, el que le recordaba que se encontraba en la habitación de un hospital, entonces, aspiró profundamente la fragancia de aquella joven, que le recordaba al olor corporal de su estimada nieta. Aquello le produjo serenidad, precisamente la que necesitaba para iniciar su último viaje. Su mente se negaba a desfallecer sola, sin la compañía de los suyos, por eso se convenció de que aquella criatura era sangre de su sangre. Antes de exhalar su último aliento, pronunció el nombre de su nieta en un susurro ahogado. Aquella enfermera intuyendo cuál era su última voluntad, se abrazó a la anciana diciéndole: Te quiero, abuela.