El otro día, en pleno confinamiento, pasé, camino de la Taconera, por la plaza de los ajos, delante de la fachada de las Recoletas y me puse a pensar. ¿Cómo se arreglarán estas monjicas para vivir toda su vida en confinamiento, si nosotros llevamos dos meses y solamente nos falta morder esquinas? No sé su horario de rezos y trabajos, pero supongo que eso les llenará la vida de placer, tranquilidad y paz. Pero también pienso: “Si pueblo pequeño, infierno grande, la comunidad de religiosas será más infierno porque es más pequeña y la convivencia debe de ser muy difícil”. Sí, pero como están casadas con Jesucristo Dios, no habrá ningún problema. Lo dudo, porque las compañeras no son ninguna Dios sino seres de carne y hueso, con sus días buenos y malos, como todo el mundo. La superiora del convento debería dar una rueda de prensa para explicarnos el secreto. Sobre todo a todos esos políticos voceras, que dicen ser los más religiosos y devotos del país y no hacen más que gruñir, decir burradas e incongruencias. Y yo me pregunto: ¿no será que quieren que la sociedad de los pobres sea un convento, donde todos estemos bajo la obediencia del prior militar, mientras ellos refocilan en los yates en alta mar y en las playas privadas del Caribe? Son de la cuadrilla de Donald Trump, que se exhibe con la Biblia para convocar al ejército.