ilecta Iris: aunque haya quienes discrepen y/o no me entiendan (se pueden comer sus disensiones e incomprensiones como decidan; ¿crudas?, pues crudas; ¿cocidas?, pues cocidas), verbigracia, algún excolega cazurro, entre otros sujetos de su misma índole o parecida condición, me hubiera gustado un montón que hubieras conocido en persona a Pedro María Piérola García, sacerdote camilo, uno de los profesores predilectos, entre los varios, inolvidables, que tuve en Navarrete (La Rioja), y lo hubieras tratado. Piérola (en el seminario menor todos, religiosos y postulantes, docentes y discentes, nos conocíamos y llamábamos por los primeros o, en su defecto, segundos apellidos) fue una de las personas más auténticas (el prototipo de educador por antonomasia o excelencia, con todas las letras) que me he echado a los ojos a lo largo de mi existencia. Con él y su ejemplo aprendí que había que escuchar al interlocutor con suma atención. A él siempre, porque, si no en todo, mucho de lo que salía por su mui o soltaba su sinhueso, amén de enjundia o sustancia diversa, acarreaba semilla, el germen de una posible y aun plausible idea futura. Acaso mi confesión te haya intrigado y te preguntes por el motivo de la tal y del deseo expresado arriba. Te los brindo enseguida. Ahora mismo, por ejemplo, tengo la impresión refractaria de que todo lo que te pueda contar sobre él son apenas unas pocas gotas de agua salada de lo que fue un océano. Asumo que fue una irrepetible fuente de chorro continuo, inagotable, y que la cantidad de agua de mar que pude recoger con el cuenco que formé con mis manos fue, a todas luces, insignificante, insuficiente, mínima. Así que solo puedo suministrarte un ínfimo sucedáneo de Piérola.

Cuando cursaba Séptimo de Educación General Básica, EGB, le escuché decir lo que no entendí (¿íntegramente?) hasta muchos años después, esto: "Aprended la mecánica y el secreto de dar y seréis dichosos, porque quien da más dispone de más para entregar. Cuando uno estudia los entresijos del acto generoso de dar (o entregarse a los demás), si pone todo su empeño, puede llegar a comprender en un santiamén este enigma, que, en lugar de gastar lo que tiene, quien da o se da contagia su proceder, y este dar y darse ya no para de gestarse jamás. Ahora bien, tenéis que dar hasta que os duela, porque quien da o se da y no le duele, en sentido estricto, no da ni se da".

¡Cuántas veces le oí decir con similares palabras algunas que, pasados los años, volvieron a resonar en mis oídos, mientras veía los fotogramas finales de la película La misión, dirigida por Roland Joffé en 1986, que "el espíritu de los muertos sobrevive en la memoria de los vivos"! Eso, precisamente, es lo que acabo de hacer aquí para coronar la epístola presente, que te dirijo y remito a ti, Iris, mi amada musa tinerfeña, en exclusividad, pero envío también a varios mass media por si la consideran publicable. Ojalá una semilla, al menos, del espíritu de Piérola arraigue en el cacumen de alguien y sea el germen del próximo pensamiento que idee. Me apuesto doble contra sencillo a que si tú eres candidata y resultas elegida, el susodicho será genial.

¿Te imaginas qué gozada eviterna hubiera sido que Piérola hubiera santificado nuestra unión matrimonial? Acabo de fantasear con ello y me he percatado de que una aureola de dicha emitía mi cuerpo cuando, al pasar por el espejo del vestíbulo, he visto reflejada en él.

El autor es licenciado en Filología Hispánica

Piérola fue una de las personas más auténticas que me he echado a los ojos a lo largo de mi existencia

Ojalá una semilla del espíritu de Piérola arraigue en el cacumen de alguien y sea el germen del próximo pensamiento que idee