Por más que uno haya jurado no citar ese mundo de la vagancia subvencionada por asepsia mental, salvo el preparao y el campechano, es inevitable referirse a Cayetana Álvarez de Toledo y Peralta-Ramos, marquesa de Casa Fuerte, pues Casado le ha destituido del cargo de portavoz de su grupo parlamentario del Partido Popular en el Congreso. Ahora está marginada en la cuarta fila, pero no ha dimitido a pesar de la humillación: por pragmatismo y por la paga. Investigando en su genealogía, resulta que el cruel jefe de los Tercios de Flandes, Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, el gran duque de Alba, al que todavía se recurre para amenazar a los niños holandeses, como aquí se les amenaza ¡que viene el coco!, es el antepasado de la aguda Cayetana. Ha heredado su personalidad, y es causa de que el Partido Popular no tenga ya una portavoz tan singular. Es una aristócrata de retrete sin sentido peyorativo alguno. A lo largo de la historia la evacuación de los detritus humanos ha supuesto una forma de distinguir a la aristocracia de la plebe. Ésta lo hacía directamente en la calle. La siguiente en la escala social tenía en casa un tablón con un agujero que daba a la cuadra. El signo de la categoría que gozaba la aristocracia consistía en un sofisticado armatroste móvil de madera tallada y decorada con espacios para esencias aromáticas para contrarrestar sus aristocráticos efluvios, y que los lacayos llevaban al lugar que les ordenara el señor para aliviarse. En algunos imperios orientales este complejo sistema sanitario de los poderosos y aristócratas tenía una gran importancia como distintivo de nivel de lujo y sofisticación. De tal manera que incluso esa clase era conocida como aristocracia de retrete. En la actualidad se les conoce como evasores fiscales y patriotas del off shore.