abía decidido no escucharos más. Pero en estos momentos me siento débil. Lo que me había prometido se queda en la papelera llena de demasiados desengaños. Os escucho y se me aprieta el estómago. Os veo y siento que el corazón se me acelera. Las tripas se anudan y siento unas inmensas ganas de llorar. Y sigue la papelera llena. Ya no cabe más desazón. Negocios que se cierran; persianas a merced del desánimo, esperando que en el poco espacio que les queda, algún grafitero marque el dolor que transita por las calles. Por no hablar de las decenas de miles de curriculums que tiré ayer.

La cola de vuestro diablo se le ve a todas horas por mucho que se esconda. Su cola en el INEM, colas para recoger comida, colas endiabladas en las espaldas de todos vosotros, los políticos, sacudiéndolas como látigos, azotando nuestra piel. Su tridente en las facturas que irremediablemente llegan, su mirada oculta detrás de vuestro bienestar, porque a vosotros todo esto no os afecta. Seguís cobrando lo mismo, seguís viviendo de nuestros votos engañados,

Hoy vuelvo a escucharos. Y me duele mi país. Machado dijo: una de las dos Españas ha de helarte el corazón. Y yo digo: todos, absolutamente todos, los que elegimos para guiar este país, nos estáis helando el corazón. Pero no de frío, sino de pena, de angustia. Porque fuera hace muy mal tiempo tristón. Los jóvenes con su futuro laboral al borde de vuestro precipicio político, los autónomos, los grandes currelas, suspirando mientras hacen balance, doblándose sus hombros ante vuestra pisada. Los ancianos debatiéndose entre abrazos o UCI; no voy a sumar nada más a lo que ya se ha dicho de ellos, ¿para qué? Si os da igual.

En vuestras papeleras todavía caben decenas de millones de lamentosos desengaños. Las debéis de tener enormes. Parece ser que vuestra desidia, vuestra nula empatía, vuestros mutuos insultos os la ocupan poco. A la mía con solo nombraros, pensaros, o soñaros en una mala pesadilla se me llena. Antes se rebosaba con mis poesías desechadas, ahora ni eso le cabe.

Lo peor de todo, que no hay nadie de vosotros que me merezca la pena. Cuando digo ninguno, digo ninguno.

El horizonte sigue detrás de un nubarrón de malas intenciones. Estoy confundida porque me confundís, he perdido el norte porque me habéis robado la noche para ver la estrella que me guíe, viajo en un autobús donde el conductor se lleva a matar con el mecánico y para sumar más desconsuelo, el encargado de encender los semáforos está ingresado por covid en la UCI.

Así que aquí estoy, mirando por mi ventana. Esperando un amanecer que se retrasa otra vez. Miro de nuevo mi papelera. Tan llena de amargura, tan llena de quejidos. ¡Pena que no quepáis vosotros, los políticos!