Creo que hace años vivíamos desde un mayor sentido de la responsabilidad. Así se nos inculcaba desde niños. Y me parece que para una gran mayoría, el pertenecer a un colectivo religioso como la Iglesia ayudaba. Por ejemplo, el rigor de los domingos por acudir a la Iglesia y también nuestra obligación por acudir al colegio. Pensemos con qué ilusión asistíamos, llevábamos todo en orden, el material, los cuadernos€ Nunca faltábamos por nada, y desde esta realidad del día a día se nos plasmaban nuestras responsabilidades. Acudir sí o sí era nuestra absoluta obligación. El sentido del deber y responsabilidad desde niños bajo el sentido de autoridad de las mismas instituciones y familia. Pero ahora esto cambia. Se vive lo ordinario sin responsabilidad. Una de las causas podría ser la corrupción de estas instituciones en estos últimos años, que ha destruido el bienestar y las creencias de las personas: tantos casos de pedofilia en la Iglesia, ambición desproporcionada de la corona, las desavenencias políticas y familiares entre otras. Se empieza por la desconfianza en las instituciones, hasta llegar a sentir que la única verdad es la que uno siente por encima de todos. Esta crisis institucional ha aislado a la sociedad y se manifiesta en la ruptura con lo social, los demás, sentimientos tan necesarios en este tiempo de pandemia. Sentimientos de hacer por el otro. Además, me llamaba la atención la noticia de unas semanas atrás. Un 30% de las personas navarras viven solas. Esta soledad puede ser una consecuencia de esa ruptura con nuestra realidad más cercana. Esto también pasa en la gente joven. El joven desconfía, de ahí que busque su bienestar propio, pasarlo bien por encima de todo. Tener sus fiestas pase lo que pase. Así, hoy más que nunca es necesario que los políticos cuenten con lo que pensamos los ciudadanos, se respeten nuestras creencias, formas de pensar y sentir, incluso de las formas de hacer política, y que se lleven a cabo urgentemente mecanismos de control para tanta ambición.