El significado que le demos a estas fechas de fin de año e inicio de invierno es primordial para poder situarnos. No es lo mismo escuchar en una joyería, juguetería, turronería, etcetería un Oh blanca Navidad, Christmas€, a interpretarlo, ¡Oh, Blanca! ¡Navidad, Cris!... más. No es lo mismo entrar en reposo acercándonos a la natura que frenará hasta avecinarse abril, a desparramarnos en comida-bebida-compras por mucho que no vayamos a juntarnos más de los de casa. No es igual estar en Europa a la espera de una vacuna, a hacerlo sentado, tirado, aburrido o moribundo en África. Como también resulta diverso vivir el cambio de año en soledad elegida, circunstancial o impuesta. Para mí, también resulta diferente pensar que en el calendario que cerramos estamos un paso legal más cerca de decidir sobre nuestra muerte, al mismo tiempo que intentar responsabilizarme de exprimir la vida. Sí podré ser más consciente en las ausencias de personas queridas o pilares esenciales que soportan nuestro día a día como pueden ser amistades, trabajo y, sobre todo, salud. Pero a pesar de que el mensaje y el llamamiento a la responsabilidad sea continuo, no creo que realmente vayan a diferir tanto a las mismas fechas de otros años, ya que si fueran a ser drásticamente diferentes, la pena restrictiva de no poder juntarme con gente a la que quiero por motivos pandémicos, haría que un 25 de diciembre fuese como un 6 de febrero, sin lotería, dulces, langostinos, cava, compras porque sí, y esta mierda de mascarilla. Y salvo en contadas excepciones, no ocurrirá así. No será tan diferente. Ver venir.