Fue a comprar uvas y no por alborozo sino por desahogo. El nuevo año llegaría unido al televisor, vacía la Puerta del Sol, siempre llena de fiesta en la nochevieja y estallando en alboroto con el nuevo tiempo. No se atrevió a llamar a familiares, pues tenía miedo de que los más jóvenes le infectaran. Lo pasaría solo, como solos están tantos miles de ancianos, sobre todo ahora, de modo voluntario, temiendo que la plaga les alcance. Es común el contento en dejar atrás un año horrendo, por mil y un desconciertos: sanitarios, políticos, económicos... Triste ambiente, luto, dolor por quienes se fueron y nos dejan el hueco de su existencia, la tremenda ausencia, más quienes siguen sufriendo secuelas del virus o en los hospitales pasan sin uvas las hojas del fatídico calendario. Pero el pesimismo no mueve a la acción ni aporta nada bueno, sino que tiende a la desidia, al abandono y a males mayores. Bien lo entendieron los revolucionarios rusos, pues los pesimistas tendían a ser, más que tradicionalistas, inactivos, pensando que apenas se podía mejorar una cancerígena realidad. El rebelde que actúa con ideales, con esperanza, puede más, y por eso los comunistas, con la fe en un mundo nuevo, utópico, lograron la revolución; lástima que no consiguiesen el imposible que buscaban; lo que vino después fue mucho peor (a los crímenes de Lenin le siguieron por millones los del carnicero, el padrecito Stalin). Pero no toda esperanza ha de ser frustrada o envenenada. Si es verdad que muchas acciones benéficas se tuercen por interesados personajes que buscan ante todo su propio beneficio, también las hay altruistas. Ahí están las asociaciones caritativas, como Cáritas, que alimentan cada día a miles de menesterosos, ante su abandono por parte del gobierno, mientras nuestros parlamentarios querían subirse todavía más los sueldos. Hay acciones que cambian los destinos de los pueblos y, junto a las vacunas, que esperamos logren frenar el caos, habrá que luchar buscando soluciones a nuestros desmanes. Miles de africanos que siguen llegando a España y alojándose en hoteles, costeados por todos, demuestran que nuestro país parece un paraíso comparado con otros y no muy lejanos. Basta ver cómo viven en muchas ciudades de nuestro cercano continente, al mediodía, para entender que la vida de un obrero, de un cajero en un supermercado en cualquiera de nuestras poblaciones se les antoja un ideal por el que arriesgan la vida y no pocos se ahogan en el empeño.Mucho habrá que arreglar, cierto; también hay ganas de volver a vivir en plenitud, voluntad de que haya justicia y la sensatez retorne. Engulló el anciano solitario las uvas pidiendo a Dios el milagro de la esperanza y una sonrisa apareció en su ajada cara.