n alguna ocasión se ha hablado del "milagro monárquico español". Hace referencia a que, durante el siglo XX, desaparecieron muchas monarquías europeas: Albania, el imperio alemán (con sus casas mediatizadas), Austria-Hungría, Bulgaria, Grecia, Italia, Montenegro, Portugal, Rumanía, Rusia, Turquía y Yugoslavia. Ninguna de ellas ha sido restaurada. Eso solo sucedió en España. Pero lo que define a un estado es su grado de democracia. Monarquías como las de los Países Bajos, Reino Unido o Suecia son parecidas a repúblicas como Alemania, Finlandia o Francia. Difieren en cambio, profundamente, de Arabia Saudita o de lo que fueron esos mismos reinos europeos hace unos siglos.

Desde la Transición la Corona ha aportado, en ocasiones, un ámbito de estabilidad, en comparación a la excesiva agresividad de la política. Pero el gigantesco escándalo de corrupción ligado a Juan Carlos I la cuestiona, dejando también al descubierto otros aspectos problemáticos. Hace muchos años que se venían haciendo públicas informaciones sobre los presuntos cobros ilegales de ese rey. ¿Qué hicieron ante ello los sucesivos gobiernos del PSOE y del PP?

Las monarquías tienen ciertos elementos estéticos que son apreciados por parte de la población. Pero los mitos son peligrosos, ya que distorsionan la realidad. El funcionamiento de una sociedad democrática tiene que ser racional, sin perjuicio de que después sea recubierto con algunos elementos ornamentales. En el caso de España, el peso de varios de esos mitos es excesivo y negativo.

Uno de ellos ha sido el de la Corona como freno, frente a la amenaza golpista de una minoría en el seno de las Fuerzas Armadas. Esto, en ocasiones, se ha utilizado como una disculpa para no actuar. Parecería que, si tenemos el antídoto, no hay que preocuparse por la enfermedad. Pero ello perpetúa el problema y, consecuentemente, haría imprescindible al antídoto.

En conexión con lo anterior y de forma nada inocente, cuando hay una llamada desde las instituciones a favor de libertad (como sucedió contra ETA), se habla de defensa de la Constitución, no de la democracia. De esta forma, sibilinamente, los ciudadanos deberían prescindir de la opción republicana. Por otra parte, hubiese sido necesario un acercamiento hacia quienes tienen esas ideas. Intentar una mayor conciliación entre racionalidad e igualdad por una parte y tradición por otra. Los republicanos reprochan que la sucesión en la Jefatura del Estado se produzca por la mera herencia. La Constitución hubiera podido ser modificada, para que fueran las Cortes Generales quienes tuviesen que aprobarla, de forma que quedara claramente sustentada en la voluntad popular. Algo muy distinto de lo que en la actualidad establece su artículo 61.1.

Pero incluso han impedido el que se renueve la institución, en aspectos que ya han sido resueltos en otros estados europeos. Veamos un ejemplo, en apariencia anodino. La bandera de España está descrita en la Constitución, pero no así el escudo. Esto, al parecer, fue debido a la existencia de discrepancias sobre sus características. En el vigente, el símbolo de una familia (los Borbón), figura sobre los de Castilla, León, Aragón, Navarra y Granada. Es una formula que expresa los valores de la monarquía absoluta (el escudo fue diseñado bajo la supervisión de Luis XIV de Francia). El escusón con las armas del linaje se representa sobre los territorios que posee. Debido a ello, Suecia o Dinamarca, (que tenían el mismo problema), durante el siglo pasado distinguieron entre el blasón del Estado y el del monarca, de modo que el símbolo dinástico figura tan solo en este último. Siguiendo esta línea, en diciembre de 1979 Felipe González presentó en el Congreso de los Diputados la propuesta del PSOE. Querían un escudo de España sin el escusón dinástico ya que, según indicó, representa "...una concepción patrimonial del Estado". Pero al final desistieron. Parece que el intento de golpe de estado de Tejero, el 23 de febrero de 1981, influyó en ello. Por otra parte, no hay que olvidar que durante todo el reinado de Juan Carlos I su escudo de armas continuó mostrando, como ornamentos exteriores el yugo y las flechas (de Falange) y la cruz de Borgoña (por el carlismo), que le fueron conferidas mediante el decreto 814, del año 1971 (cuando fue designado Príncipe de España), en calidad de símbolos del "Movimiento Nacional".

Pero el peso de los mitos, además de a la institución monárquica, ha afectado a la actuación de gran parte de los republicanos. Con frecuencia se asocia aquí la república con la izquierda radical. El tener esas posiciones políticas es totalmente lícito, pero lo que no conviene es mezclar dos asuntos diferentes. Con ello únicamente se logra restar el apoyo del, pongamos el 90% de la población, que no comparte esas ideas. Más de cuarenta años de fracasos de las opciones republicanas enseñan claramente que es lo que no debe hacerse.

En este punto conviene traer a colación el tema de la bandera. Para la inmensa mayoría, la roja y amarilla es simplemente española, no monárquica. La tricolor debería de ser, simplemente, un entrañable recuerdo histórico. Conserva para muchos (entre los que me incluyo) un valor afectivo, pero lo que importa de los símbolos es, fundamentalmente, el grado de consenso que generan.

Hace falta trabajar con racionalidad, por una república sin condicionantes ideológicos adicionales al estricto marco democrático. Sin el ordinal III, que hace referencia a dos experiencias anteriores que no triunfaron. Es preciso actuar de forma sosegada, sin acritud, respetando también a los partidarios de la monarquía. Porque son necesarias instituciones estables, asumida por la gran mayoría de la población, lo que permitiría la perpetuación de la república en el futuro, como ha sucedido en los demás estados europeos que optaron por ella.