ño 2021: todo el casco antiguo está ocupado por las terrazas. ¿Todo? ¡No! Un pequeño grupo de irreductibles vecinos, disconformes con el modelo de barrio que sus concejales proyectan, resiste ahora y siempre al invasor. Defienden el suelo público y el derecho a habitar en un barrio libre de ruidos, multitudes y suciedad.

El señor alcalde, abatido por la posibilidad de que este año no haya chupinazo ni toros, pretende ahora convencer al vecindario (desde el balcón municipal, y junto a su fiel concejal de Seguridad Ciudadana) de que reciba a las jaimas con alegría. Las terrazas -aseguran ambos- serán la solución a los botellones, rescatarán al sector de la hostelería y convertirán el casco antiguo en un barrio feliz y próspero.

Pero los irreductibles vecinos no lo ven tan claro...

En la anterior legislatura de UPN se decidió sacar la Biblioteca general y el Conservatorio del casco antiguo. También se acusó la decadencia del comercio local (muy perjudicado por la aparición de los grandes centros comerciales y la concentración de franquicias en avenidas como Carlos III). Por otro lado, se concedieron licencias hosteleras a diestro y siniestro. Estaba claro para el ayuntamiento que el casco antiguo no necesitaba libros, ni música, ni tiendas... pero sí más bares.

Señor Maya: como alcalde nuestro que es, nos debe una explicación. Ahora que ya ha espantado del casco antiguo a la mayoría de comercios y a numerosos vecinos disidentes, ¿se llevará también del barrio a la Escuela Oficial de Idiomas (cuyo equipo directivo se manifestó en contra de las carpas)? ¿Desterrará también a quienes defienden que las ayudas a la hostelería se materialicen en euros (y no en metros cuadrados de suelo público)? ¿Y a los niños que preguntan a sus madres por qué ya no pueden jugar en los espacios donde antes jugaban? ¿Echará también a las religiosas que firmaron en contra de las terrazas frente a sus conventos? Puede que esta última no le parezca una mala idea al señor alcalde: quizás el área de Seguridad Ciudadana haya calculado ya el número de mesas y barras que podrían instalarse en las dependencias monásticas.

Debe quedar claro que los vecinos no están en lucha contra el sector hostelero -tan castigado hoy por la pandemia-, sino que discrepan con el modelo de barrio que desde el Ayuntamiento se les quiere imponer. Los irreductibles vecinos defenderán la hostelería, sí; pero una hostelería sostenible (bares de barrio sí; barrio de bares no), respetuosa con el entorno y que no invada el escaso suelo público que queda en una zona ya suficientemente saturada de bares y ruido.

Pero no cabe duda de que quienes piensan así siempre estarán en minoría frente a una derecha más preocupada por ultimar la conversión del casco antiguo en un parque temático que por preservar los derechos de sus habitantes; frente a una izquierda que no defiende el suelo público, sino los intereses de sus tabernas; frente a la Iruña de charanga y pandereta, incapaz de concebir el ocio sin un vaso en la mano; frente al turismo de borrachera que la concentración de bares y otros proyectos municipales (como el macrohostel Unzu) van a seguir fomentando; y, sin duda, frente a quienes consideran un acto de egoísmo reclamar el legítimo derecho al descanso y a la calma.

En estos tiempos en los que se quiere vender a la opinión pública la falsa idea de un enfrentamiento entre el vecindario y la hostelería, y en los que es tan común tachar de insolidarios a quienes se niegan a que el suelo público pase a manos privadas y luchan por la tranquilidad de su barrio, ¿continuará el Ayuntamiento ignorando las demandas de los irreductibles vecinos? ¿Hasta cuándo seguirá usted abusando de nuestra paciencia, señor alcalde?