"Sus clases se cubrían de un manto de melancolía gris". Tal vez ésta es la sensación que percibíamos cuando, de manera incansable, se dirigía a nosotros en sus exposiciones sobre la literatura en sus formas y en sus diferentes épocas. Una melancolía en la voz que surgía de su figura alta, siempre impecablemente vestida, coronada con la serenidad, también melancólica. "Parece un senador romano... las cejas un simple instante de escarcha", Otoño de Ali Smith.Su tono de voz pastosa, uniforme, su lenguaje perfectamente engarzado, sin pausas, sus exposiciones prolongadas, infinitas, llenas de incrustaciones explicativas de un término, de un autor, conseguían mantener la atención de las mentes algo disgregadas a esas horas de la mañana de cuantos seguíamos sus lecciones sobre Literaturas hispánicas contemporáneas. Alguien le ha señalado la hora de finalización y ha roto la tensión auditiva que inundaba la clase. Tomás profesor sembraba curiosidad por los océanos de la lectura, por el páramo de la escritura, por el misterioso y mágico significado de las palabras que componen un libro. Nos descubría el autor al que no apetecía leer, por prejuicios, al autor que desconocíamos. ¿A quién negó un consejo sobre qué leer, una apreciación sobre lo leído...? Y nos enseñó lo que él mismo tanto escribía y tanto había hecho por la divulgación de la cultura literaria en ésta su tierra. Escritos, eso sí, extensos como sus exposiciones magistrales. De mis últimos contactos mensajeros con Tomás recuerdo dos de sus ocupaciones vitales: la abuelidad y el regreso a sus orígenes, su pueblo. Estos dos puntos eran como signos gramaticales de paréntesis que encerraban toda su inmensa actividad literaria y profesional. La abuelidad, cualidad que tienen las personas a cierta edad, nacida y desarrollada por la existencia de esos seres pequeñitos, inexplicablemente cercanos a la prematura ancianidad. Me decía Tomás que él practicaba la abuelidad, muchas veces distante, con sumo gusto. Luego comentábamos sus artículos incrustados, cada vez en menor espacio y con menos frecuencia, en los periódicos locales, le pedía consejo para la escritura, y hablábamos de los nietos, por supuesto.Tomás Yerro, con la confianza que nos infundiste y el buen recuerdo que tenemos de ti, con la escritura que es eterna, nuestra memoria, te decimos: descansa.