si pudiéramos ver a través de una mirilla a todos estos chiquillos de Infantil y Primaria en sus casas por las tardes? ¿Qué pensaríamos de tantos que están solos mientras sus padres trabajan? ¿Qué pensaríamos de los que están al cuidado de la televisión y otras pantallas? ¿Qué pensaríamos de estos pequeños agotados tras la larga jornada escolar comprimida en las mañanas de la jornada continua, con tan solo media hora de poder estirar las piernas? ¿Y esos que después han de cumplir con academias y demás compromisos que los padres les marcan para poder rellenar las tardes? ¿Qué niñez les estamos ofreciendo a las nuevas generaciones?

Los patios escolares bostezan estas tardes, vacíos, sin niños correteando, sin padres y madres sentados en sus bancos charlando. Sin cumpleaños, sin cuerdas y balones, sin juegos de pilla-pilla, cadenetas y escondites, sin enfados y reconciliaciones. Los patios añoran esa vida intensa que sucedía tras el último timbre que anunciaba el fin de las clases cuando la jornada era partida. Muchos niños también los añoran, sobre todo los de las ciudades y entornos urbanos donde los encuentros casuales son difíciles y las posibilidades de juego libre más difíciles aún. Añoran salir alegres de clase con sus amigos, ver a su madre o a su padre trayéndoles la merienda y poder disfrutar de un tiempo sin medida, sin monitores ni entrenadores, un tiempo para jugar en libertad. Y, cuando las tardes se aproximan al verano, la delicia de quedarse, sin ser empujados a casa por el frío y por el viento, es lo máximo.

¿La jornada partida o la jornada continua? ¿A quién beneficia cada una? ¿Dónde ponemos el foco para tomar partido por una u otra? ¿Qué necesitan los niños para crecer sanos en los entornos urbanos? En los entornos rurales o en algunos barrios con ricas zonas verdes quizá se considere lo más favorable la jornada continua. Pero en las ciudades, la jornada continua les deja con una dura concentración de clases por la mañana y un amplio vacío por las tardes, especialmente un vacío del juego libre y las amistades que siempre han ofrecido los patios escolares.

En el colegio de nuestros hijos, en pleno centro de la ciudad, las familias hace tiempo votamos sobre este tema y ganó la jornada partida. A los años volvieron a plantear el tema y volvimos a votar por la misma opción. Los hijos crecieron y se fueron y siguieron sacando a votación este tema hasta conseguirlo: la jornada continua. No sé yo...

¿Qué niñez les estamos ofreciendo a las nuevas generaciones?