l cuarteto de Alejandría, del escritor británico Lawrence Durrell, se considera una de las obras del género épico más importantes de todo el siglo XX. Formada por cuatro novelas entrelazadas: Justine, Balthazar, Mountolive y Clea, muestra, como si se tratase de un caleidoscopio, las diferentes perspectivas con que se comprehende la realidad en función de la posición espacial y temporal de los agentes intervinientes. La memoria del ser humano está condicionada por su subjetividad cuando el alejamiento confiere una nueva mentalidad. Por lo tanto, confiar en la exactitud de nuestros recuerdos no suele ser tan acertado como a priori nos podría parecer. Al releer ahora estos libros nos damos cuenta de en qué manera dejamos atrás el tumultuoso, conflictivo y violento siglo XX, cuya mayor aportación fue el avance espectacular de la ciencia y de la tecnología hasta haber entrado, se podría decir, en una nueva era: la digital. Paradójicamente, ese tremendo desarrollo tuvo como uno de sus principales impulsores la necesidad imperiosa de dotarse de potente armamento ante las guerras internacionales y los totalitarismos, sus señas de identidad. También observamos cómo algunas teorías científicas se van quedando obsoletas. Sin ir más lejos, vemos que el erotismo propio de Durrell, basado en el psicoanálisis freudiano, no resuelve realmente los problemas emocionales de sus personajes, conclusión a la que en efecto parece llegar el propio autor en su investigación de las relaciones amorosas modernas. Preludio de la revolución sexual de la década de los 60, que en el Estado español se produjo dos décadas más tarde a causa de la dictadura nacional-católica, muestra una psicología sexual conflictiva, un eros complejo, que marca un comportamiento patológico de personajes traumatizados por experiencias sexuales dolorosas que precisamente intentan subsanar por medio de nuevas relaciones sexuales, entrando en una espiral irresoluble que conduce a una agudización de la crisis psicológica personal.

Alejandría, en un Egipto ocupado por el Imperio Británico, aparece como una ciudad cosmopolita donde diversas fuerzas políticas y económicas luchan en defensa de intereses propios acentuados por la nacionalidad, la etnia, la clase social u otros factores socioculturales. De este modo, podemos solidarizarnos con el pueblo copto, los verdaderos egipcios, que periódicamente sufre ataques despiadados por parte de la mayoría musulmana por conservar su culto cristiano; solamente que todo el país reconozca su condición de nativos les ha salvado por ahora del exterminio total. Naturalmente, el pueblo judío tiene un lugar destacado en esta trama. Lawrence Durrell, diplomático de carrera, conocía de primera mano la complejidad de mantener colonizadas aquellas naciones. Y tampoco ignoraba las astutas maniobras del sionismo internacional en orden a refundar el Estado de Israel después de diecinueve siglos desde la expulsión de los judíos de Palestina durante el dominio del Imperio Romano.

El arte, la filosofía, la literatura, las religiones, el esoterismo, la convivencia de diferentes idiomas y otros factores culturales, económicos, históricos y políticos de primer orden aparecen en esta obra literaria como una bandeja de dulces sabrosos y licores digestivos que endulzan el paladar y animan el corazón, con un estilo sumamente sugerente, aunque ahí está el debate de si se puede conseguir una traducción que refleje fielmente el espíritu de la obra en la lengua originaria del autor, en este caso el inglés. Para quien sabe leer entre líneas, el hedonismo que indudablemente transmiten estas páginas sublimes, al que también contribuye de forma notable el estilo del autor, viene acompañado de la inevitable tragedia, y así vemos que la antítesis placer/dolor guarda una relación intrínseca y muchas veces inseparable, cuyo equilibrio se consigue por medio de la generosidad y la buena conciencia más la consecución de los objetivos. El cuarteto de Alejandría ha sido durante varias décadas una de las obras de lectura imprescindibles, y probablemente lo siga siendo en el futuro pese al anacronismo de algunas de sus ideas y valores, más propios del siglo XX que de este siglo XXI tan convulso o más que el anterior.

El autor es filólogo