El “ser humano” ha demostrado, a través del tiempo sobre el que cabalga la historia, a qué subniveles de anormalidad puede llegar y a qué está dispuesto a llegar con el fin de hacer daños irreparables a un semejante. Poner aquí ejemplos conocidos sería interminable. Por el camino, una innumerable cantidad de personas han sufrido, directa o indirectamente, esta lacra social. Y digo social, porque nos compete a todos, y a todos nos interpela. Interpelación que queda sin respuesta, a través de ese tiempo, tras sumirnos en la incredulidad pasajera que, tras manifestaciones de duelo y vergüenza ajena, el mismo paso del tiempo se encarga de enterrar en el olvido... hasta que la cruda realidad nos devuelve al hecho de la irracionalidad contumaz de personajes malnacidos.Mi sentimiento ante el último hecho de un malnacido padre, capaz de arrebatar las vidas de sus hijas, pequeñas personas con mucho que vivir, por hacer el mayor daño posible a su exmujer, me resulta imposible de transcribir en estas letras. Lo cual, de vivir el malnacido padre, y poder leerlas, debiera de situarlo en el peor de los escenarios que jamás pudiera llegar a imaginar, respecto a su integridad. Sólo espero que su cobardía le haya llevado a preservarse él y que sea encontrado, para que pueda pudrirse en una cárcel, obligado a trabajar para pagar su sustento y teniendo 24 horas al día durante toda su vida, de modo permanente, el retrato de sus malogradas hijas, y de su exmujer, a la vista.Un deformado “ser humano” que llevó a cabo su desgraciada venganza, sobre su propia descendencia, con una premeditación que me deja totalmente anonadado, pues representa un largo tiempo de preparación, durante el cual -a la vista de sus retoños- no le entró la menor duda ni vergüenza en parar sus planes. Si ya la violencia contra las mujeres es de todo punto de vista irracional (como lo es cualquier tipo de violencia generada por no saber aceptar una realidad que, normalmente, ha aparecido por causas imputables exclusivamente a la persona que la lleva finalmente a cabo), golpearla sin piedad a través de hundirla en el abismo de la desesperación, a través de la pérdida inasumible de sus descendientes, es una horrible variante de una perversión sin parangón, planeando, además, que mil metros de tumba marina sobre ellas, sirvan de aciago propósito de que no pudiesen encontrarse nunca.Lloramos lo sucedido a las dos niñas tinerfeñas, empapando nuestras lágrimas frente al televisor, con sus caritas, hoy desdibujadas, que somos capaces de seguir viendo a través del recuerdo de una multiplicidad de fotos y vídeos que una madre desesperada ha ido haciendo públicos, agarrándose a la esperanza de que el maldito progenitor de sus hijas sólo se las hubiese llevado con él a otro lugar, no siendo capaz de hacer lo que, finalmente, hizo. Ponernos en su lugar es imposible. Al menos, yo, no puedo. Mandarle mis condolencias se me antoja vano, pues no sé cómo hacerlo. Ni siquiera creo que el tiempo pueda curar semejante estrago. Solo pienso en ella desde el punto de vista que su entorno consiga que no tome un camino indeseado. Y no solo me refiero al entorno familiar. Somos una sociedad y ella es uno de nuestros miembros. Un miembro indispensable al que debemos apoyar sin fisuras. Miembro de un desgraciado grupo de miembros (cada vez mayor), todos indispensables. Una sociedad que, al margen de los duelos efímeros y/o de imagen (que de todo hay, desgraciadamente) sea capaz de prever y actuar sin dilación por hacer que ese grupo no crezca más y que, al menos, ese grupo pueda ver que no hay más causas por las que rasgarnos las vestiduras hoy, para pasar, ineludiblemente, “a otras cosas”. Es ley de vida sí, pero no olvidemos que son nuestros.