Las ruedas iban devorando paisajes en su mente inexistentes, mientras escuchaba, a menudo con los ojos cerrados, el texto leído que del ordenador habían extraído para hacer frente al caos. Antes era la institución la que, con mucho esfuerzo -y todavía lo sigue haciendo- transcribía textos al braille para poder comprender mundos antaño inaccesibles. Ahora también disponía de sistemas de lectura informática, que han generado, inventado, lectores con acentos varios. Primero fueron los audiolibros o libros leídos y grabados; ahora los programas quienes se leen entre sí, haciéndonos posible aprender historia, filosofía, ciencias o enriquecedoras ficciones. Cada vez van perfeccionando más sus cadencias, sus acentos y tonos. Unos auriculares y el transporte, la cama cuando fatigado se dejaba caer sobre blandos colchones, el asiento ensimismado, bastaban para darle lo mejor de nuestra cultura, belleza y sabiduría, pues también a veces escuchaba, una vez y otra, las mejores poesías en nuestra lengua o en otras, que para eso sabía idiomas. Bien conocía que este privilegio, antes posible para reinas y duquesas -preferencia femenina por la lectura había-, se daba con lectoras especializadas, cortesanas, que acompañaban las horas de ocio de sus majestades, excelencias y otras lindezas. Ahora somos todos reyes que podemos gozar fácilmente de lectores varios y las bibliotecas digitales, leídas, se han multiplicado de un modo asombroso.

Sorprendente proceso, pues cada vez se tiende más a lo visual y, sin embargo, aunque la información por medio de imágenes aumenta, reduciéndose al mínimo los textos, cada vez resulta más incomprendido nuestro universo... Quien no ve, pero reflexiona, tal vez entienda más que quien se pierde en imágenes, tapando la raíz de la realidad visual tanta hoja, tanto follaje, tantas flores sin fruto, todo lo que se llevan al morir el verano los vendavales. Se ven muchas cosas en los teléfonos y otros dispositivos móviles, en nuestros ordenadores y otros soportes, pero no se entienden las realidades. Nuestros escolares son muy hábiles en el uso y disfrute de estos dispositivos, pero se llenan de fotografías insulsas, de percepciones de sí mismos, exhibiéndose, en un narcisismo general, olvidando comunicar lo esencial, tal vez porque no saben qué es o dónde está. Característica trágica de nuestra época es la superficialidad, y los que no saben mirar en su interior, y pensar, se ahogan en un mental lodazal.

Muchos, sin reflexionar lo que ven sus ojos, apenas miran y por eso no entienden ni comprenden y sus sentidos les sorprenden cuando chocan con lo evidente. La voluntad, fláccida, se deja llevar por ojos abandonados que apenas registran nada de lo que alcanzan. Otros, en cambio, con la vista marchita o perdida, ven, como Homero, según cantan las tradiciones, el alma, la raíz humana que nos mueve en escenarios donde la palabra alcanza el misterio de grandes silencios, representado por nuestras andanzas.