Que Gran Bretaña haya sido un imperio que ha dominado el mundo durante siglos no garantiza que lo será para siempre, sino que debe pasar por un cruel proceso inevitable que terminará por descomponerse para convertirse en su propia caricatura que ahora ilustran las tiras de humor periodístico. En realidad todo el prestigio acumulado en la época victoriana se ha degradado hasta llegar al actual de histrión mundial. Porque los últimos premiers serán recordados por los soberbios súbditos de Her Majesty por su falta de visión estratégica política. A Cameron se le ocurrió la genial idea de convocar un referéndum para afianzar su posición política y se convirtió en charlatán ambicioso y sin ideas; comparable con nuestro presidente Aznar, pues le explotó en las manos el brexit y tuvo que dimitir. Ignoraba que los referéndums los carga el diablo y se convocan sólo para ganarlos. Le sucedió Theresa May, la rígida e inepta dama que quiso emular a Margaret Thatcher y bloqueó una posible revisión del resultado nefasto de un referéndum que está precipitando a Inglaterra a escindirse en dos colectivos antagónicos; uno, el de los nostálgicos, que añoraban recuperar el imperio, junto con los campesinos y las masas incultas y viejas glorias victorianas. Frente a ellos, la próspera, culta y progresista ciudadanía de Londres y espacios de cultura y progreso; la de los jóvenes formados, europeístas progresistas preocupados por mantenerse entre las naciones líderes. Que son conscientes de que todo el brexit es el preludio del ocaso de Londres como plaza financiera europea, que se convertirá en sucursal de Berlín o París y relegará al Támesis a afluente del Spree o el Sena. El desembarco de Boris Johnson muestra que su aspecto personal externo es reflejo de su mundo como político superficial y narciso, pues en su delirio se le ocurrió abandonar la UE con un portazo desafiando a la comunidad internacional. Lo remedió con una chapuza casi fuera de tiempo y es la consecuencia del caos y de Gran Bretaña como histórica potencia ejemplar histórica para muchas naciones. Bo Jo tiene unas expectativas sombrías, aunque 80 millones de ciudadanos sueñen que pueden poner condiciones a los 500 de la UE. Ojalá cunda el tradicional sentido común inglés de las situaciones en las que intervención ha sido decisiva. Está en juego el futuro de Europa.