Me figuro que tales competiciones deportivas poseen para el aficionado un carácter cautivador hasta llegar a satisfacerle tanto o más que las pruebas olímpicas porque sus participantes las realizan en unas condiciones físicas limitadas, por ser propias de un grupo social determinado. Supongo, por tanto, como espectador, que es difícil no prodigarles una admiración sin límites, viéndolos ejercitarse al máximo en cada especialidad de pista, tapiz, agua o al aire libre, a cambio de renunciar a todo lo que no sea su condición de atletas. Después de una laboriosa preparación de años hasta alcanzar la marca necesaria y ser seleccionados, a costa de mucho sacrificio, para sacar provecho a sus dotes naturales y ortopédicas, subliman carencias con su incansable persistencia en el esfuerzo, reafirman su cuerpo como mejor pueden y dirigen el ánimo hacia lo más alto porque, en esa doble perseverancia, se apoya su peculiar modo de ser como atletas.Pongamos como ejemplo la fatiga en el deportista íntegro y comparémosla con la suya, que les exige un desgaste mayor pues se topan con más dificultades, que requieren un aporte extra de energía para conseguir más vigor y resistencia en el acto de ejecutar, con destreza, la prueba de que se trate. De ahí que su interés se centre más en la acción lúdica, sin otra finalidad que la actividad misma, según reza la proverbial máxima del renovador de los juegos, Pierre de Coubertin: "Lo importante no es ganar sino participar", sin que ello signifique que el espíritu de superación esté por encima del brillo de la medalla y del honor de gloria, como escribiera Diderot, cuando llamaba imbécil a todo literato que se riera de la fama.