El sábado por la tarde, a eso de las seis, en una amplia avenida de la Rotxapea fuimos testigos de la primera clase de democracia (en letras chiquitas) que recibió una niña de unos cinco años. Una furgoneta de la Policía Nacional, aparcada junto a una acera, con todos sus ocupantes en la calle, habían parado a un joven que portaba una mochila roja y estaba siendo identificado y revisado de arriba abajo. Ante aquella arbitraria intervención, un padre de familia junto a su compañera dio un paso adelante, sin soltar de la mano a la hija, para preguntar a quien estaba al mando de esa actuación qué era lo que sucedía. ¿Qué vio ese ciudadano que le llevó a actuar de ese modo? La respuesta de la autoridad no fue otra que pedirle su identificación y tenerlo unos minutos doblegándolo ante su familia sin recibir mayor explicación. Estoy segura de que al minuto dos esa autoridad ya fue consciente de que se había confundido y sobrepasado, pero no dio marcha atrás. El resto de los viandantes que pasábamos por allí fuimos agrupándonos alrededor asombrados e indignados de lo absurdo de la escena intentando arroparlos con nuestra sola presencia. El lenguaje corporal de todos los paseantes allí presentes indicaba que algo no estaba bien, pero como la Ley Mordaza planea siempre sobre nuestras cabezas, supimos manejarnos con precisión y elegancia cual bailarinas sobre las tablas, pero sin dejar abandonados a los sospechosísimos ciudadanos.Como la resolución de esta faena se alargaba, otro hombre se acercó a la autoridad con el mismo deseo de saber qué era aquello y no solo le tomaron su DNI, sino que nos dieron una clase práctica de cómo se cachea en público a un inofensivo muchacho que nada peligroso portaba. Esta desmesurada actuación se resolvió como suele ser habitual: devolviendo la mochila y las identificaciones a los tres hombres y la sugerencia de que circuláramos, sin haber escuchado en ningún momento las disculpas que aquella patrulla debió haber ofrecido a esas personas.Desconozco la formación que reciben estos trabajadores del Estado en sus academias y si se han examinado recientemente de la nueva asignatura sobre la teoría de la Revolución Molecular Disipada, porque este sábado la aprobaron todos con notable. Lo que sí me quedó claro es que esa acción generó varias ondas de apoyo y solidaridad espontáneas e inmediatas, lo cual me anima a seguir pensando que esta comunidad aún no ha perdido la salud emocional y distingue lo que está mal hecho. La niña que fue testigo de todo ello, sin soltar jamás la mano de su padre, seguramente aprendió que nunca debe preguntar nada a la policía, que de mayor nunca debe usar una mochila roja y que vivimos en una sociedad donde sin hacer nada ya nos sabemos vulnerables, pero no doblegamos el espinazo tan fácilmente.