“Para mí son héroes”, escribía sobre los atletas un columnista en el The New York Times de últimos del mes pasado, cuyo artículo reseño aquí según mi voluntad de estilo, por creer que su contenido trasciende lo americano y adquiere un valor global. Su autor, ferviente partidario de los Juegos, ha investigado todo sobre atletas acosados por mentores, fomentados por droga, sometidos a una injusta disparidad racial, y sobre la última exclusión de sprinters africanos con altos niveles de testosterona, hasta el punto de preguntarse si aún es posible verlos con buenos ojos o hacerlos desaparecer. A decir verdad, cree que la atracción de las Olimpiadas nunca ha residido en la entidad misma sino en los atletas que la sostienen. Ellos son el único agarradero para volver a disfrutarlas: los olímpicos nunca cambian, siempre son así, solo ofrecen sus gestas a todo el mundo. Verlos en sucesivas ediciones le ha servido para justificar lo queridos que son para él, pues cuando fue testigo de cómo Simone Biles daba una lección sobre la gravedad y cómo Carrie Richardson se lanzaba en su prueba (lo mismo sentí yo con Adriana Cerezo y Ana Peleteiro), sus dudas se disiparon como un azucarillo. La pista estaba tan caliente que los corredores casi no la tocaban, pues volaban sobre ella; ver el rostro exhausto de uno de ellos en el instante en que se coronaba como vencedor era el testimonio más resplandeciente de su vida. ¿Por qué en nuestra cultura hay tantos que merecen ser reconocidos y carecen de ocasiones propicias para ello? Después de mirar abajo y asombrarnos de tanta tragedia e incertidumbre, ver a los atletas lograr su sueño, sentimos como propios esos desafíos ajenos. De la misma manera que criticamos los Juegos, debemos admirar las hazañas de los olímpicos. Ellos están tan limitados como nosotros en un sistema donde no es la mentira lo que falta, pero el talento y el esfuerzo agotador son reales. Al fin de las Olimpiadas, el periodista chateaba con una niña de 9 años: ¿Qué quería ser de mayor?” Ella le dijo que olímpica. No dijo que quería ganar una medalla sino ser Allyson Felix. Tú no tienes que rodearte de gente que haga lo imposible: los Juegos no son perfectos y tampoco los atletas, pero ellos han demostrado que saben sufrir hasta el límite. Quizás, nosotros podemos también.