Optimismo y pesimismo son dos actitudes con las que juzgamos las cosas y a las personas para manifestar nuestro aprecio o desdén hacia ellas. Con el primero se analizan las características positivas, mientras que por el otro se tiende a ver solo la parte desfavorable.Dentro de la historia del pensamiento occidental hay dos autores para quienes esa doble conducta constituye la parte central de sus respectivos tratados sobre la vida. El primero es Leibniz, para quien este mundo es el más perfecto de los mundos posibles. El segundo, Leopardi, cuyo objetivo es prescindir de la abstracción y explicar el desamparo y la falta de auxilio del ser humano. Paradójicamente, ambos utilizan la imagen de un jardín mediante el cual dar a conocer sus ideas de la armonía natural en el caso de Leibniz, y mostrar la presencia del mal físico y moral de las personas según Leopardi pues, en ese florido huerto, todos los vegetales sin excepción se hallan expuestos al sufrimiento; así, la rosa, dañada por el sol que le dio lozanía, se arruga, languidece y padece; también el lirio, aspirado en sus vitales entrañas por la abeja, y lo mismo el resto de plantas sin excepción hasta el punto de no quedar un solo retoño en estado de perfecta salud, ya que el terreno se parece, cada vez más, a un cementerio. De ahí que “la felicidad no existe, en cuanto que no es sino la ilusión efímera de un presunto bien o la liberación temporal de un mal”. Por consiguiente, si orientamos tales postulados a la vida diaria, se establecen dos grupos opuestos: el que aprecia el lado bueno de la vida y cree inútil preocuparse en exceso por contrariedades, más otro que se declara infeliz por ser víctima de numerosas presiones con que está hecha la vida, como la aciaga peste actual que tanto daño ha dejado.