Después de finalizar las Olimpiadas y dar comienzo el nuevo curso escolar, suele aumentar en clubes y asociaciones deportivas el inestimable afán por el ejercicio físico, más limitado este año, debido a las restricciones por coronavirus. Jóvenes y adultos acuden a gimnasios para eliminar pliegues de grasa acumulada en la cintura o en otra parte del cuerpo. Tal hecho se prodiga más cuando en los Juegos surgen atletas deificados por superar marcas establecidas anteriormente, cuyas fotografías decoran las paredes de muchas habitaciones donde se les ensalza y se les rinde culto con la mirada. Lo mismo sucedió, peor sin particularizarlo en nombres, con el obligado confinamiento por covid-19, cuando niños y adolescentes, entre vítores y aplausos tras las ventanas, prometían ser, de mayores, médicos o epidemiólogos por su admiración hacia los sanitarios. Y en verdad, aunque deseos tan vehementes no duren siempre por cansancio, hastío o falta de interés a lo que antes se daba un valor preponderante, es preciso que el desarrollo corporal y el deporte ocupen un puesto esencial en nuestra vida, ya que a través de esas actividades nos expresamos tanto, y tal vez más, que por otras dedicaciones. Por consiguiente, creo que, en la Educación Secundaria, se debe ilusionar a los adolescentes con variados ejercicios de técnica en el polideportivo y actividades al aire libre en las zonas verdes próximas, asignándoles y exigiéndoles responsabilidades de su propia actuación como árbitros, cronometradores, camaradas-control y otras funciones varias. Así, alumnos con escaso interés por las tradicionales tablas gimnásticas, mostrarán alegría por la atractiva orientación, amarán al profesor y conseguirán que se sienta feliz con quienes, a su vez, se abstendrán de su indolente pasividad y de otras arbitrariedades propias de su vanidosa edad.