El Dios griego de la juerga, la bacanal, el vino, la varieté y la fiesta, el teatro, el musical, el chiste y la alegría de vivir. El vino se convirtió en un asunto social, económico, de moneda, transporte y producción en el imperio romano. Algo así como el gas, la luz y el petróleo hoy en día. La chispa de la vida. El vino es anterior a Grecia y Roma. Que se lo pregunten a los georgianos del Cáucaso, que los invasores les arrancaban las viñas y raptaban a las mujeres más bellas como castigo. Los musulmanes lo tienen prohibido a partir de que Mahoma un día después de cenar vio a unos amigos en una bronca de borrachos. Por aquellos tiempos se bebía en Arabia, Libia, Palestina, Siria, Armenia y Mesopotamia. Era una costumbre popular. El vino alegra el corazón del hombre, dice la Biblia. Más tarde, un gran poeta iraní epicúreo y escéptico, Omar Kheyyam, cantaba en una de sus célebres cuartetas: “Vale más, cuando amanece el día, el erupto de un beodo que el rezo de un hipócrita”. Sin ir tan lejos, mi abuelo, hombre muy trabajador, alegre y vividor, cuando vio a un nieto estudiar para fraile, algo muy común en aquel tiempo de la dictadura, cuando Franco dejó en manos de los curas, monjas y frailes la educación, comentó. “No sé qué hace este muete aquí, si nosotros no somos de estas cosas”.