Me recibe con una sonrisa. Me rodea con sus brazos y me pregunta qué tal he dormido. En sus ojos me quedo tranquila mientras me despido de los míos.Jugando aprendemos, experimentando, avanzamos, en grupo crecemos. Con amigos y con mi referencia mi día a día resulta más sencillo y natural. Pero yo también maduro y siento, y noto que sus ojos no brillan igual y que sus brazos me acunan más cansados. Su sonrisa se vuelve más horizontal y sus ilusiones le ilusionan menos. Sirva lo que intuimos que siente nuestra hija para dignificar la labor de las escuelas infantiles, para aplaudir a sus trabajadoras, para reclamar su respeto y el de las familias y para exigir al Departamento de Educación que les escuche y valore como agente activo imprescindible en la educación de nuestra infancia.

*Familia Domench Vega