Al ver la naturaleza, cuidada durante miles de años gracias a los pueblos indígenas, se comprueba que Dios entrega lo más valioso a los más sencillos.“Te doy gracias, Padre, señor de cielo y tierra, porque has escondido cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla” (Mateo, 11, 25).De hecho, para conservar la naturaleza y la Amazonía, abrigo de la mayor biodiversidad del planeta, estos pueblos solo necesitan que les dejemos en paz. Pero no lo hacemos. Y ahora la defensa de su territorio es esencial.Para muchas familias esta defensa es esencial, también para el planeta, y los indígenas están siendo vulnerados en sus derechos más elementales y sus tierras, arrebatadas y ocupadas en busca de minerales o madera.Están siendo asesinados o agredidos por empresas extractivas sin escrúpulos y así peligra su estilo de vida, ese “buen vivir” que se basa en una economía de subsistencia sostenible y minimalista ya que producen, cazan y pescan. La contaminación lo está arruinando todo poco a poco. La selva está enferma. “El río se muere”, lamenta el pueblo indígena.
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