Que Felipe VI ama a España es obvio, pues ningún país habría tenido el aguante de tratarle bien durante tantas décadas como aquí, a él y a su familia. De ahí que se preocupe, aunque sea muy poco y muy mal, por el récord de incendios que estamos padeciendo. Porque ni se ha coordinado para combatirlo con el Gobierno. Tampoco ha ido a ver los desastres, animar a sus víctimas y estimular a los bomberos. No: sólo ha expresado su deseo vamos, que ni aún ha empezado a realizarlo, con lo fácil que es, "de pedir al Apóstol la protección de quienes luchan contra el drama". Este rey no sólo es, pues, un vago, un rey holgazán (y ya sabemos cómo terminaron los reyes holgazanes en su país de origen) sino también profundamente ignorante o menospreciador de sus obligaciones. Porque la Constitución Española exige tratar a todos sin distinción de religión, y la que él unilateralmente así privilegia es incluso ya minoritaria en España. Urge, pues, y mucho, tener un Jefe de Estado más cumplidor de nuestras leyes, más respetuoso con los ciudadanos, más preparado sin comillas.