Todos hemos ido viendo con gran sorpresa cómo nos han ido subiendo los precios en todos y cada uno de los productos de primera necesidad que vamos adquiriendo. Sin quererlo ni beberlo nos estamos acostumbrando a que nos peguen un pequeño asalto cada día que pasa y sin ninguna justificación. En esta crítica no va incluido el pequeño comercio, que vive un poco a salto de mata y tiene que aplicar márgenes casi diarios. Algunos ejemplos... El jamonero de turno, que tiene tres mil perniles colgados secándose en la nave. De repente, descubre que todo va subiendo y cuando vas a comprar te dice: es que el jamón ha subido un montón. Y te clava un veinte por ciento más, con la tranquilidad de saber que, como todo sube, pues yo también. ¿Por qué el jamón ha subido un montón? Porque el jamonero quiere ganar más dinero. El aceite, en especial el de girasol, estaba almacenado desde la pasada cosecha y se vendía a un precio acorde al coste de su producción. Llegó la guerra y alguien dijo que el aceite de girasol iba a escasear, se creó una necesidad imperiosa de almacenar aceite, desaparecieron las existencias de las tiendas y subió un doscientos por cien. (Aquí un inciso, ¿dónde pudo almacenar la gente el aceite si tenía la despensa llena del papel higiénico que no pudo dar salida desde la pandemia?). ¿Por qué ha subido el aceite un montón? Porque el aceitero quiere ganar más dinero. El petróleo, cuando quiera, en época de crisis, ha estado más caro. Hemos conocido el barril a más de 150 euros. Nunca la gasolina ha estada más cara que ahora. ¿Por qué el combustible ha subido un montón? Porque el petrolero quiere ganar más dinero. Aquí podríamos seguir con el mayorista frutero, el harinero, el gasero y etcétera. Pero, ¿cuándo acabará esta larga cuesta de enero? Cuando el obrero no pueda pagar más dinero.