Breve reflexión sobre el alcance potencial de inteligencias artificiales y otras máquinas.

Un termostato doméstico consiste en un sensor de temperatura que conecta o desconecta la calefacción dependiendo de que la temperatura que lea sea mayor o menor que una prefijada. Es uno de los ejemplos más sencillos de sistema industrial en el que un sensor recibe información del entorno, la procesa y genera alguna actuación en consecuencia.

Un termostato es algo lejanísimo de un ser humano. Nuestra capacidad para recibir información del entorno, combinarla con la almacenada en la memoria, ponderarla por intereses, deseos y sentimientos para acabar produciendo nuestras acciones es inmensamente más complejo. Tanto que tendemos a pensar que hay una frontera bien definida entre lo automático y lo biológico, donde la especie humana es el extremo.

Nos resultan inquietantes las experiencias que ponen en duda esa frontera, las que cuestionan nuestra singularidad humana. Experimentos como la construcción mecánica de un gusano (C. Elegnas) replicando el mismo número de neuronas. Objetos como Sophia, la robot humanoide que visito la UPNA en 2018 y nos sorprendió con una fluida conversación, llena de bromas, acompañada de una notable expresividad facial. Incluso la precisión con la que nos aciertan los gustos recomendadores de servicios de música, vídeo o compra on line.

Estos días se exhibe en el Horno de la Ciudadela la pieza Ehime Daruma, un objeto que, entre otras cosas, nos reta en esa reflexión sobre las fronteras de las máquinas y las sensaciones. La princesa Daruma, heredera de la tradición japonesa, no tiene párpados, ni brazos, ni piernas, los ha perdido por el afán extremo de meditación. Su encarnación mecánica huye de la presencia humana que la altera y genera corrientes en su pensamiento. Cuando no detecta movimiento en su entorno se relaja y su pensamiento se materializa en círculos perfectos que surgen al ritmo de la respiración. Merece la pena acercarse al Horno y verla moverse, ver ese pensamiento como un fluido negro en la superficie blanca que la acoge, interactuar con ella.

El procesamiento de la información que hace la princesa entre su detector de personas y sus actuaciones no es un termostato, pero tampoco incluye sofisticados elementos de inteligencia artificial. A pesar de eso no es difícil empatizar con ella, mucho más que con un termostato, sin ninguna duda.

Ehime Daruma es obra del artista navarro Patxi Araujo. Hasta el 11 de septiembre se exhibe en la Ciudadela formando parte de la conmemoración de los encuentros de Pamplona de 1972 que tendrá su momento culminante este otoño. También forma parte del Festival Arte y Ciencia de la UPNA.

El autor es director de la Cátedra Laboral Kutxa de Cultura Científica de la UPNA