Falta de enseñanza pública de instrumentos de plectro
Al leer en el apartado Cartas al Director de los principales medios de comunicación escritos de nuestra comunidad la que envió Carlos Irigoyen (componente de la Orquesta Paulino Otamendi), en la que alertaba del problema que se está creando ante la falta de enseñanza pública de los instrumentos de plectro (púa): bandurria, laúd y mandolina principalmente, me vino a la memoria el título del libro de Gabriel García Márquez, Crónica de una muerte anunciada.
El aprendizaje de Carlos Irigoyen de la bandurria fue fruto de la enseñanza de El Guti: aprendizaje, como el recibido por la mayoría de los que hemos comenzado a tocar esos instrumentos. Siempre un familiar, un amigo era nuestro maestro. En qué casa no había uno de esos instrumentos que se utilizaban para acompañar las canciones y las jotas que se interpretaban en fiestas familiares y locales.
Pero, ¿qué pasaba cuando alguno de esos alumnos deseaba ampliar sus conocimientos instrumentales en escuelas públicas de música y, posteriormente, en el Conservatorio? La respuesta era y es, desgraciadamente, la misma: no hay profesorado para ello, dado que tanto el Departamento de Educación del Gobierno Foral como los de los organismos locales no destinan un euro para poder contratarlo, por lo que ese alumno debe desplazarse a otra comunidad, con el consiguiente perjuicio económico para la familia.
¿Por qué la cultura, en sus infinitas ramas, es la mártir de las actividades humanas, al ver el apoyo, casi nulo, que la mayoría de los organismos oficiales de todo tipo e ideología llevan a cabo?
Cuando actuamos, a través de intercambios entre rondallas de diferentes comunidades autónomas, vemos cómo el apoyo que reciben en sus diferentes formas: escuelas de música, conservatorios, subvenciones, conciertos, etcétera, revierte en la escala de edades de sus componentes.
¡Qué tristeza escuchar la jota que cantó la Escuela de Jotas de Buñuel en el homenaje que realizó Añorbe el pasado día 12 de los corrientes al maestro José Luis Lizarraga, autor de la más conocida de todas ellas, que hizo a San Fermín llorar, acompañada por una acordeón y tres guitarras! Ni una bandurria, ni un laúd…
Desearía que escuchar, en un futuro no muy lejano, jotas cantadas sin instrumentos de plectro, no nos haga llorar como a nuestro santo patrón y, por otro lado, no ver cumplida esa muerte anunciada.
*El autor es Presidente y componente de la Rondalla Armonía de Pamplona.