Hace tiempo que no cogíamos un avión y la experiencia ha traído novedades. Cogemos el vuelo de madrugada, tras una noche de poco dormir, amaneciendo todavía a oscuras, con el nervio de llegar a tiempo al aeropuerto donde muchos otros viajeros cargan sus maletas y viven la misma situación. 

“No os van a dar ni agua”, nos advirtió Alicia, conocedora de esta nueva forma de tratar a los viajeros en los aviones. La memoria rápidamente recupera aquel viaje a Chicago donde nos ofrecían además de las bandejitas de cena y demás, todo tipo de bebidas, alcohólicas también, que algunos tomaban para aliviar las tensiones del pánico a volar.

Desde la pandemia, ya no ofrecen ese café o zumo, que tiene tanto de alimento como de cortesía: Iberia en este caso es la anfitriona que te invita a su casa a pasar unas horas. Ya no es aquella señora de cuerpo amplio, perfecto para el abrazo, sonrisa preciosa, que agasajaba a sus visitantes con pequeños detalles que animan su viaje. Parece como si aquella señora hubiera muerto y ahora se encargara de la casa una descendiente con tendencia a la anorexia: incapaz de ocuparse, cuidarse, mimarse ella misma, flaca y con brazos ignorantes del abrazo, incapaz de un detalle con los viajeros de siempre y los nuevos viajeros

Los de siempre lo vivimos como una descortesía: no nos han dado ni agua. Los nuevos creen que la vida es así: descuidar a las personas, no tener detalles con ellas y reducirlas a un simple comercio: “si quieren algo, que lo compren”.

En cambio, la cortesía está en la naturaleza, que sigue siendo esa gran señora de cuerpo nutrido y acogedor, con su temperatura cálida aun habiendo despedido hace días el verano. Desparramando abrazos que son alimento y reservas para aguantar los fríos viajeros que avanzan (los meses de invierno) y que pronto se alojarán en nuestras casas encogiéndonos y obligándonos al recogimiento.

La cortesía de ese calor de mediodía que nos envuelve y envuelve a las inquietas lagartijas que también se cargan de sol apartándose ágiles a nuestro paso “pase usted, señora”, “pase usted, señor”. 

Cortesía la del nogal, alto, fornido, compañero, sacudiéndose las ramas en un varonil paso de sirtaki para dejar caer sus nutritivos frutos. 

Cortesía la de una piedra a sus pies, dispuesta para cascar las nueces que quieras. 

Cortesía la de la higuera que baja elegantemente sus brazos para hacer accesibles sus higos maduros al caminante, al que de paso envuelve con su fragancia, como aquella mujer envolvió de perfume los pies venerados y los secó con su hermosa cabellera. 

Cortesía la de ese amigo, de esa amiga que escucha y comprende, mirando a los ojos, sin prisa por responder, escuchando desde el hueco de una campana, esperando, recogiendo, calmando. Cortesía más allá de fórmulas y palabras huecas. 

Cortesía como la del sol y el agua, el nogal, la persona amiga, la higuera.