Hace unos días me emocioné con el grito desesperado de un director de una residencia de ancianos en Galicia, que suplicaba que se les enviaran a los residentes cartas y postales de Navidad.

La razón era simple y al mismo tiempo triste y desalentadora. Del centenar de ancianos que habitan esa residencia, solo una docena pasarán la Nochebuena con su familia en sus casas. Qué pena. Qué injusto. Qué desagradecida es nuestra sociedad.

Yo soy una trabajadora de la residencia de mayores Oblatas de la capital navarra. Quiero destacar el esfuerzo de todas mis compañeras y supervisoras, en especial de Cristina Garayoa, para que los mayores estén atendidos lo mejor posible. Nuestros abuelitos viven en un ambiente que procuramos sea cálido, pero no deja de ser cierto que están lejos de sus familiares y amigos.

Algunos, desgraciadamente, víctimas de la demencia o de la maldita enfermedad de Alzheimer no se percatan de la realidad que les rodea. Pero otros muchos sí. Y son ellos y ellas las que me sonríen cada día, me dan un abrazo, me hablan de los suyos, de su pueblo, de su casa, de su juventud. Y a pesar de lo rápido que tengo que desempeñar mi actividad laboral, intento corresponderles como ellos se merecen, con un mínimo de atención y de ternura.

¿Qué le ha pasado a esta sociedad que da la espalda a las personas que con su lucha y tesón han conseguido que podamos vivir como lo hacemos hoy?

La gente pasa por delante de las residencias de mayores como si esa realidad no fuera con ellos, como si esos seres de sienes plateadas ya no formasen parte de nuestro mundo. Y me rebelo contra esa lamentable realidad.

Alzo mi voz para aportar un granito de arena, para clamar a familiares y amigos de los residentes y rogarles que los visiten, que no los dejen solos nunca, pero en especial en estas fechas tan entrañables.

Y si por cualquier circunstancia no pudiesen acercarse en persona, escríbanles una postal, mándeles fotos, dibujos Háganles saber, de una u otra forma, que no están solos. Que los seguimos queriendo y que les reconocemos y agradecemos todo lo que han hecho para que las generaciones venideras podamos disfrutar de un bienestar que ellos nunca tuvieron.

Y como decía el poeta: "Que la muerte nos apague cuando aún estemos encendidos".