Hace algunos días una persona de mi entorno me mostraba su desengaño porque jamás había tocado el premio Gordo de la Lotería de Navidad en un número concreto al que su familia llevaba jugando a lo largo de cien años. Según me decía dicha persona, primero empezó a estar abonado su abuelo, después continuó su padre y, en la actualidad, era ella misma la que, año tras año, adquiría dicho número.

Motivado por lo que me transmitía dicha persona me puse a realizar unos sencillos cálculos probabilísticos. Teniendo en cuenta que la cantidad de números que entran en el sorteo se aproxima a los 100.000 se llega, fácilmente, a la conclusión de que la probabilidad de que hubiera tocado el premio Gordo a ese número, al menos una vez, en el transcurso de los últimos cien sorteos de Navidad es, aproximadamente, de 1 entre 1.000. Dicho de otra forma, y hablando en términos estadísticos. Por cada 1.000 familias que hubieran jugado a la lotería a lo largo de los últimos cien sorteos de Navidad, únicamente a una de esas familias le habría tocado el Gordo al menos en una ocasión.

Lo anterior pone claramente de manifiesto lo muy improbable de resultar agraciado con el premio Gordo en los sorteos de lotería. ¿Es consciente de esto el ciudadano de a pie que gasta, en algunas ocasiones, cantidades desorbitadas en el sorteo de Navidad? Pienso que, en la mayoría de los casos, no lo es... La lotería de Navidad lo que acaba siendo siempre es una enorme fuente de ingresos para el Estado (que es el que realmente gana).

Para la ciudadanía la lotería de Navidad, a la que bien se podría renombrar como "el timo de los sueños rotos", es, en definitiva, un impuesto que, a diferencia de otros, por si fuera poco, no es, en absoluto, equitativo porque, desgraciadamente, en muchas ocasiones, aquellos que más juegan son precisamente aquellos que menos tienen, ya que lo hacen con la falsa esperanza de que la lotería les saque de su pobreza.