Navidad es un niño que nace fuera de su tierra. Sus padres, por cumplir con un mandato legal del momento han de dejar Nazaret, donde viven, y trasladarse a Belén para empadronarse. Ella tiene un embarazo muy avanzado y va en burro mientras él va caminando, como tantos otros vecinos que también han de trasladarse por el mismo motivo. Se llaman María y José. María es muy jovencita y es su primer hijo. Cree en Dios y confía en su palabra. José ha pasado sus malos momentos antes de coger el camino a Belén. También cree en Dios y su palabra le ha dado paz y un cometido.

Son tiempos sin carreteras, sin electricidad, por supuesto, sin móviles… (es que hay quienes ni se imaginan que pueda haber existido la vida sin tantos elementos que nos rodean). Al llegar a Belén no encuentran un lugar donde pasar la noche. Los parientes y conocidos ya tienen sus casas llenas de gente, lo mismo que las posadas. Se les van cerrando todas las puertas hasta que comprenden y aceptan la situación: no pueden dar más vueltas por esas calles estrechas: con el traqueteo del camino ha llegado el momento del parto. En ese momento encuentran un establo. Y ahí es donde nace el niño, en una noche fría y estrellada.

Para los cristianos este niño es el hijo de Dios. Para los no cristianos podría ser la historia de una familia de desplazados y de un niño que creció en una familia de carpinteros y que salió a estar cerca de los más desgraciados de la sociedad. No es una historia que ofenda a nadie. Es una historia real y una persona, Jesús de Nazaret, que revolucionó todo lo establecido con un simple y rotundo mensaje de amor. El tiempo empezó a contarse como AC (antes de Cristo) y DC (después de Cristo), o sea que debió ser algo grandísimo, como (salvando la enorme diferencia) cuando ahora decimos “antes de la pandemia del coronavirus” y “después de la pandemia”. La vida de Jesús no es algo de creyentes, es patrimonio de todo el mundo, es algo inmenso que dejó esa huella en la historia y en las vidas de mucha gente. Y que sigue dejando e influyendo.

Por eso no entiendo en estos tiempo de tanta reivindicación de la memoria histórica, estos complejos que van creciendo entre nosotros que hacen que ya no se mencione a Jesús de Nazaret ahora que hemos celebrado la Navidad, palabra que se intenta evitar, Navidad, no sea que gente que no es creyente o que tiene otras creencias se ofenda. Y vamos prefiriendo silenciar, tapar, no decir nada que tenga que ver con la Navidad, no contar, fomentar la ignorancia antes de que nos traten de antiguos, poco tolerantes con las diferencias culturales... Preferimos incorporar elementos de otras culturas para sortear el tema: así nos llenamos de Papá Noeles (¿qué tiene que ver este señor canoso, rechoncho y vestido de rojo con nuestra cultura?), renos (¿y nuestros sufridos camellos llegando desde tan lejos siguiendo una estrella?), galletitas de jengibre (¿de dónde llegan estas galletas?), calcetines en la chimenea (¿y ese zapato de cada niño, de cada niña, esperando por la noche la llegada de los Reyes Magos? ¿y el platito con leche para los camellos?).

Nos vamos llenando de complejos culturales con ese afán de no molestar a nadie. Y así, vamos dejando de lado pequeños tesoros de nuestras tradiciones como son los villancicos porque “como hay mucha gente que no comparte los sentimientos religiosos a los que hacen referencia…”, “como hay gente sin creencias religiosas…” y ya no nos atrevemos. Nos da miedo ofender. No hace falta ser cristiano para valorar la historia de estos dos locos, María y José: su historia es la historia de muchas familias que hoy se ven obligadas a dejarlo todo y emigrar, con el cielo enfrente y el suelo a sus pies como sus únicos tesoros.

No perdamos el tiempo y mucho más que el tiempo cambiando los Conciertos de Navidad por Conciertos de Invierno… (porque no estamos celebrando el invierno). Si los niños solo van a cantar una canción, que sea un villancico o una canción de Navidad (no viene a cuento una canción de la jungla o del lejano oeste). Así como en Halloween (¡cuánta acogida a esta fiesta!) la gente se disfraza y disfraza sus casas de forma terrorífica y a nadie se le ocurre vestirse de blanco y rojo como en San Fermín, ahora es tiempo de Navidad, de celebrar el amor, la alegría, los encuentros... La cultura hay que conocerla porque la ignorancia es peor. (¿qué hace ese pájaro con cabeza de persona encima del portal?).