No termino de entender esa Francia encendida. Encendernos, si es caso, contra nosotros mismos, si estamos desde primera hora de la mañana en un tajo ajeno, en un quehacer que no nos llena. No debiera ser que aguantemos toda la vida trabajando en algo que nos desagrada. No debiera ser que pongamos al país patas arriba porque no queremos trabajar hasta los 64 años si disponemos de salud.

Salvo en actividades que impliquen un especial desgaste físico mental, no debiera mediar tanta prisa. ¿Dónde queda el gozo de trabajar y por lo tanto de donarnos a los demás, de emplearnos en su beneficio?

En vez de reivindicar y pedir siempre al Estado, por qué no nos demandamos a nosotros poder servir a la comunidad más tiempo y mejor. No debiera ser que pensemos tanto en nosotros mismos y tan poco en los demás. No debería ser que no reparemos en las pensiones del prójimo, de los que han de venir, de quienes aún no están llegando.

Vamos demasiado a lo nuestro. Adolecemos de compromiso con lo colectivo. ¿Por qué no reformar las pensiones, tal como pretende el gobierno galo, para que así llegue para todos? El Estado no es necesariamente ese ente abstracto y lejano que siempre está enfrente y que es preciso a toda costa combatir. El Estado somos cada uno de nosotros y de nosotras y podemos imbuirlo de un espíritu de responsabilidad, integración y solidaridad.