Brazos de madera que hienden los hombros, todos unidos junto a un proyecto común que ejerce sobre nosotros poderoso atractivo simbólico, bajo el paso unos, delante y con elegantes vestidos otros, damas elegantes con peineta, del luto más hermoso, caminan con velas... Grupo heterogéneo de gentes del pueblo somos. Encima de nuestras espaldas una imagen del Cristo del Amparo del siglo XIV se desplaza por las calles del ocaso mientras golondrinas y otras aves sus gritos primaverales tragan, antes de refugiarse. El último amparo tantos lo hallan en Dios, pues el mundo les machaca con problemas e injusticias, con absurdos sin número. Así elevan su quedo alarido hacia esa otra dimensión para hallar el anhelado consuelo. Silencio en las multitudes que esperan el paso de las estatuas, la banda con sus tambores, trompetas, campanas, clamores de antaño... Romántico es ir llevando la figura del Señor que muestra la sangre de sus azotes, su gran, horrendo fracaso: el bueno e inocente que es torturado y muerto por su gobierno, por causa de su propio clero, por los romanos... El relato que se concentra en torno a tantos lugares de España en un enorme y barroco, abigarrado espectáculo, es puro arte y gran filosofía de la vida que nos llega de manos de tradiciones cristianas.

Quien quiera hacer el bien, ser justo, tendrá que luchar y a menudo será crucificado por la incomprensión o los malvados... Y, sin embargo, ese modelo de héroe persiste: alguien que se muestra lleno de virtudes pero es humilde, pacífico, que prefiere recibir males a ocasionarlos... Que devuelve bien por mal.

Cuando el Crucificado pasó junto a la casa del Marqués de Santillana, cerca del busto del gran poeta, mientras el peso crecía en nuestros hombros, cuando las bellas miraban piadosas la imagen tremenda, cuando los mozos enmudecían mirando lo que pasaba a su lado, todo me pareció de inmensa poesía preñado... Luego la luna con un halo de bruma surgió en medio de una noche gélida que nos iba calando. Esfuerzo conjunto del pueblo, de arte y religión, de tradición y belleza que nos recuerda que hay más felicidad en dar que en recibir, que los que lloran serán consolados, que la fe mueve montañas, que la esperanza siempre está esperándonos y nos mueve y nos alcanza al igual que la noche se mutará en día, la débil luz de nuestras estrellas se convertirá en sol de mediodía. 

El pueblo, unido, pese a tantos extravíos políticos, sociales, económicos, se sigue uniendo en nuestras calles y templos para conmemorar la gran esperanza. Hay males, dolor, pero hemos de esforzarnos y luchar por lo mejor aunque no nos comprendan. Este tiempo, un paréntesis de meditación general, apaga nuestros inviernos y enciende nuestra primavera con gran luz. Después de la cruz se espera la resurrección.