Martes al Sol participamos junto con otros colectivos en la campaña La energía justa. Pretende poner en el punto de mira su escasez, cada vez más amenazante, y el injusto reparto de ese bien escaso.

Su escasez, como la de otros muchos productos, nos invita y obliga a reflexionar sobre nuestro modelo de desarrollo y formas de vida. Es cierto que nuevas tecnologías abren nuevas formas de acceso, pero su costo es elevadísimo y, en todo caso, no garantizan seguir incrementando ni tan siquiera mantener nuestro consumo. Además todas las nuevas formas de producir energía, en alguna de sus fases, contribuyen poderosamente al incremento del desbarajuste ecológico.

Es un problema admitido pero frente al que ningún gobierno se atreve a tomar medidas suficientes: se legisla, se hacen planes y se toman pequeñas medidas, que no frenan el crecimiento del consumo. Por el contrario se apuesta por el TAV, el transporte de mercancías por carretera, se fomenta la movilidad y se sueña con una nueva etapa de crecimiento dentro del sistema mundial de competitividad económica. Sabiendo los numerosísimos riesgos de ese modelo de desarrollo, nadie parece atreverse a plantear la necesidad de promover un decrecimiento ordenado en nuestra producción que garantice la satisfacción de las necesidades básicas y preserve la calidad de vida.

Además el acceso a la energía es muy desigual. Por supuesto el monto principal se dedica a nuestro modelo de producción, al fomento de la movilidad, al modelo de ciudad o hábitat, todos ellos muy intensivos en consumo energético, pero, además, descendiendo a lo individual, el consumo de muchas personas está muy adentrado en lo superfluo, mientras el de otras no llega a lo que pudiera considerarse necesario y digno. Es el efecto en el plano de la energía de nuestras sociedades cada vez más desiguales: del mismo modo que se acumula la riqueza se agrava la pobreza, lo que nos convierte en una no sociedad, en agregado sin ningún carácter de sociedad, sin rasgo común que aúne y, por supuesto, sin asomo de dignidad, lo que nos convierte en una sociedad fracturada con cada vez menos rasgos comunes que nos aúnen.

Nuestro modelo de producción y distribución energética se asimila al del conjunto de nuestro sistema económico: privatizado, guiado por la obtención del máximo beneficio, cuyo motor es la competitividad, en el que la satisfacción de las necesidades queda supeditada a esa dinámica y, por tanto, en muchos casos insatisfecha.

Tenemos un doble problema, de agotamiento de recursos y de distribución cada vez más injusta de los mismos. Mientras nuestra apuesta sea la de más desarrollismo material, fiada a la gestión privada de los recursos, que anteponga la obtención de beneficios a la satisfacción de necesidades…, esos dos problemas se nos irán agravando. Si no optamos por una intervención de lo público en la producción y distribución energética, que embride la voracidad de lo privado, y que sea de cercanía y democrática, si no optamos por un modelo social, que no ponga en el centro el más sino el mejor, si no ponemos la satisfacción de las necesidades por encima del beneficio privado, dando prioridad a las necesidades más básicas y no a los gastos superfluos, el problema de la energía no tiene solución sensata, que sea socia y digna.

Algo similar podríamos decir si hablásemos de la vivienda o de la alimentación, o de la sanidad y la educación, en definitiva, de todo nuestro modelo de sociedad.

Los autores son miembros de Martes al Sol