Es una de esas cosas que uno no sabe muy bien para qué sirven sino es para mal, para transmitir enfermedades, cabrear al personal y pasar la noche en blanco por las picaduras y no poder pillarlo para aplastarlo, que en paz descanse. Las golondrinas se los meriendan a placer. Las libélulas engordan como los osos, preparándose para el invierno. Algo de bueno deben tener cuando sirven de alimento a criaturas tan hermosas, pero para el ser humano no llego a saber para qué. La figura, la hechura es bonita, el diseño, la forma de su cuerpo, las patas, los ojos y el tono es de primera calidad, pero la picadura sigue siendo un horror. Tenemos que convenir que hay cosas peores, picaduras más molestas y dolorosas, sobre todo de los humanos; y sobre todo si son mentales, porque la persona humana tiene la capacidad y la virtud de inocular veneno físico y mental, cosa que yo sepa el mosquito no lo hace y eso le da ventaja frente el ser humano que puede matar de pensamiento, palabra y odio. La maldad existe y no es cuestión de hormona cerebral sino de maldad a secas. Dicen los que saben de mosquitos que las que pican son las hembras. Por lo que deberíamos hablar con más propiedad de mosquitas; más si nos enteramos que unas que se dicen tigre (y tienen pintas de tigre), se han instalado en Bera, que tuvieron hasta obispo (don Jacinto Argaya Goikoetxea)

Como podéis comprobar, no respetan ni a la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana.