No es posible referirse a España sin mencionar los toros, pues forman parte de su celtibérica idiosincrasia. Por más que los enemigos del maltrato animal presionen para desterrar de nuestra cultura ese bello espectáculo que consideran una salvajada lo que realmente es arte sólo comprensible desde mentes privilegiadas. Este pueblo recio impregna toda su existencia de esa pasión por la sangre y el drama lorquiano que explica la singularidad de su raza. Mezcla de invasiones de bárbaros del norte, árabes y todos los emigrantes que nos han colonizado creando la raza hispana fruto del mestizaje. Acabamos de lanzar desde nuestro Cabo Cañaveral en Almería un cohete a la atmósfera para equipararnos con los líderes de la tecnología más avanzada y mostrar que estamos en la vanguardia. Lo hemos bautizado con el nombre de Mihura. Muérdago, en homenaje al euskara, joya del pueblo vasco, por tanto, español, aunque con el toque castizo. El primer intento fracasó y Mihura ha sido devuelto al corral. Ha sido mala suerte, pero vale para añadir un toque de originalidad de un error intencionadamente provocado en un mundo ultraperfecto. Se intentó de nuevo, pero nuestros expertos han ordenado repetir los cálculos a becarios que son los que dominan Internet. También la fiesta nacional está presente en la política, pues la Generalitat Valenciana ha nombrado vicepresidente y conseller de cultura por parte de VOX al extorero y casi licenciado en Derecho, Vicente Barrera. Su prioridad es fomentar la cultura potenciado el arte del toreo. Los toros son animales afortunados, ya que su vida es de placer y finaliza coronada de gloria. La tauromaquia aporta además el dramatismo del toro chorreando sangre y finaliza con la muerte entre olés, música y la concesión de orejas y rabos por el desprecio del torero a la muerte. Es volver a la gloria de los Reyes Católicos, del “Imperio en el que no se ponía el sol”, la Hispanidad, el Movimiento Nacional y La Transición.