Está visto que la muerte es el elixir para olvidar rencillas y recuperar falsos afectos. Son virtudes que se propagan entre políticos enfrentados, pero que se reparten el pastel a pesar de los litigios aparentes y crueles que se disimulan por razones “de conveniencia”. A principios de enero del 2023 murió Rodolfo Ares y los actos protocolarios de exaltación de su personalidad, virtudes y reconocimientos póstumos provocaron vergüenza ajena entre  quienes no tuvieron ninguna razón para alabarle o han sufrido las   dolorosas consecuencias de sus decisiones políticas o en su integridad física ejecutadas por la Ertzaintza, de la que fue su máximo responsable. Mejor hubiera sido dejarle que se lleve la paz que deja que escuchar al final de su vida las alabanzas de quienes fueron sus enemigos o víctimas declaradas. Y recordar a los que derraman lágrimas de cocodrilo el poema de Ana Maria Rabatté: “En vida, hermano, en vida…” . Va dedicado a quienes tienen como misión aparecer en público en funerales y entierros. 

El espectáculo puede doler a la familia de Iñigo Cabacas, tras la solemne promesa de Ares de hacer justicia por la muerte de un hijo a causa del pelotazo de la Ertzaintza que ha terminado en leve sentencia. El cortejo de políticos de todos los partidos que aparecían con aspecto compungido haciendo  declaraciones elogiosas son un ejercicio de cinismo que revolverán las entrañas a quienes han sufrido la tortura acreditadas por organismos internacionales. Allí estaban el lehendakari Urkullu, el actual consejero de Orden Público responsable de la Ertzantza. No faltaba Pachi López, despidiendo a quien fue su ejemplo y maestro según sus palabras. Eneko Andueza, al borde del llanto, estaba inconsolable. Ramón Jáuregui no podía faltar, pues fue delegado del Gobierno en tiempos del GAL. Sin embargo, se ha echado de menos a García Damborenea y a Julián Sancristóbal, entre los socialistas duros. Ahora el socialismo vasco comparte gobierno con separatistas vascos bendecidos desde el cielo por Ares.