En la final del Mundial de Fútbol Femenino el pasado verano, todos fuimos testigos del beso que plantó Luis Rubiales a Jenni Hermoso. Un caso más entre tantos que hay diariamente de abuso sexual, realizado públicamente delante del mundo entero. Camuflado y tristemente normalizado por millones de personas, que admiten ese tipo de comportamientos por parte de figuras autoritarias, y ellas que aprovechan su posición de poder para realizar actos en cualquier caso inadmisibles, a la par que repugnantes. Aunque, en cierto modo, me reconforta saber que otro gran porcentaje de personas lo calificasen como lo que es, un abuso.

Este procedimiento del que hablo tardó escasos días en iniciarse y tramitarse, pero, lamentablemente, para el resto de población que vive fuera del foco mediático y cuyos casos no llegarán más allá de su entorno más cercano y su memoria, pueden pasar más de 365 días y seguir en el mismo punto en el que empezaron. En escenarios que no interesan a la prensa poco importa el tiempo, pero “has de confiar”, dicen. Se habla de evitar la revictimización, y paradójicamente es el propio sistema el que condena a las víctimas.

Es necesario revisar las condiciones en las que se atienden estos casos, no dejar simplemente que la frustración aumente día tras día, la paciencia se vea mermada y la salud mental penda de un hilo muy fino. No todo vale o no todo debería valer. Por desgracia, hasta que eso no cambie, solo queda una solución si queremos ser escuchadas, seguir esperando.